lunes, 26 de agosto de 2013

LA FERIA

La feria de Málaga es un gentío inmenso, un microcosmos de lo que representa el vulgo. Cada año me resulta más difícil acudir a ella. En verdad, me gustan más las ferias de las otras poblaciones y, mientras más lejos mejor. Un análisis de la feria del país malagueño daría para muchos; desde guiris con la camiseta del Málaga, japonesas con vestidos de faralaes. Malagueñas, salsa, rock patrio, feria de día y de noche. Peñistas con la matraca del real, populares haciendo el ridículo y los más jovencitos con su querencia por el botellón. En definitiva ruido, mucho ruido. Por haber, hemos tenido hasta agrupaciones de moros y cristianos procedentes de Alicante.

Pienso en la feria en una venta de los Montes de Málaga. Estoy sólo con la única compañía profunda de mi respiración y mi viejo ordenador portátil. Espero el plato de los montes con su chorizo, huevos, pimientos y patatas. El salón está en silencio pues son pocos los clientes que a esa hora de la noche han acudido a ese rincón verde de Málaga. En el cielo, el nocturno brilla de forma intensa y veo, para mi sorpresa, caer algunas estrellas fugaces. La conclusión que saco es bien simple; no me gusta la feria, ni las aglomeraciones humanas a pesar de haberme divertido en exceso en fiestas de medio mundo, incluida la nuestra, pero centrémonos en los detalles.

Calle Larios posa imponente con sus biznagas perpetuas que funcionan como heraldo del jolgorio. La peña se arremolina junto a una charanga que toca Paquito el chocolatero. Así todos abrazaditos y haciendo como si quisieran penetrar a alguna moza cercana. Más allá, un centenar de señoras que fueron al colegio con la Duquesa de Alba se afanan en cantar con mucho desparpajo “my way” de Sinatra y en español por estilo rumbero. El resultado es de un mal gusto indescriptible. En cualquier caso, me admira que sean tan mayores y tengan tantas ganas de pasarlo bien, tras asesinar lentamente a sus maridos en más de cuarenta años de matrimonio.

Caseta de Fusionadas acoge a diferentes familias y a parejas varias que comen mientras las sevillanas compiten con el ruido ensordecedor de Cabo Cañaveral durante un lanzamiento de cohetes al espacio. La comida está muy buena pero es tanta el ansia que tengo para huir de esa horripilante música, que como tan rápido que sufro una media indigestión.

Bar, de nombre desconocido, cuyos usuarios compiten en bailes absurdos que van desde el baile del gorila hasta piezas de Rafaella Carra. Todos tienen una idea fija en la mente; follar a cualquier precio, como sea, donde sea y con quien sea. Un chico gay me toca el trasero y me dice, con todo el morro del mundo, que le encanta mi culito respingón. Imagino que es el alcohol pero le mando una mirada tan furtiva que el payaso traga saliva y se descompone antes de desaparecer.



Caseta de la San Miguel en cuyo interior encuentro a una docena de chicas guapas con sus sombreros cordobeses que contrastan con grupos de señoritas con las carnes magras fuera de sus ropajes demostrando, una vez más, que la gravidez existe. Aquí también hay bailes de todo tipo. Cruzamos la plaza.

Café central donde damos cuenta de unos tintitos de verano hasta que una señora nos obliga a llevarle la comida a la mesa pues, según nos confiesa, su marido es un vago de cojones y no le sale de allí mismo moverse. Nos volvemos a mover.

Plaza del Obispo coqueta y sugerente frente a la catedral de la Encarnación donde los lugareños compiten con los forasteros por acabar con las existencias de cerveza y Cartojal.

El Pimpi es el lugar elegido por mis amigos para dar rienda suelta a sus instintos más bajo trabando amistad con unas polacas que tras varios tiras y aflojas deciden marcharse. Yo me fijo en una chica pelirroja que me mira con cara de no haber roto nunca un plato. Viene a mi mesa y me pide fuego por gestos a lo que alguien responde “entre mis piernas”, la mujer no se da por aludida y le digo que no fumo. Ella no parece entender. Empleo todas las lenguas que sé hasta que descubro que la chica no es extranjera sino muda. Aplico imaginación al asunto y muevo los brazos como las chicas de la natación sincronizada. Se marcha muerta de la risa para volver con una amiga, muda también, que pretende que le haga el número de los gestos. Estuve a punto de gritar aquello de “fuego entre las piernas”. Llega el jamón al mismo tiempo que aparece el Alcalde de Sevilla por el salón  Carmen Thyssen cuyo museo él quiso robarnos.

Autobús de vuelta a casa repleto de gente que huele a vino y sudor cuando unos pasajeros muy jóvenes deciden que para terminar la jornada hay que destrozar el medio de transporte. Fuman marihuana, beben de todo e insultan a la conductora que se niega a proseguir el viaje. El asunto termina con dos detenidos en comisaría. Curiosa forma de divertirse. Al retomar la marcha, un grupo de ancianos canta una vieja canción de paz: “La cabra, la cabra, la puta de la cabra”. Llueven monedas contra el autobús cuando los amigos de los detenidos se bajan del autobús. La pobre conductora se traga las lágrimas y los hombres, el  orgullo.

Reflexionando sobre la feria pienso en todas las parejas que se besan, en todos los corazones que se rompen, en todas las ilusiones perdidas, en los litros de alcohol que nos bebemos, en las archiconocidas técnicas de ligoteo del personal, en la cantidad de resacas, en el calor, en las interminables colas, en la mierda de los caballos, en la cantidad de veces que nos perdemos y en cómo es posible que queramos volver a tener la misma experiencia el año próximo.

Llega la comida y sin saber muy bien por qué, siento una extraña sensación de melancolía. Como en silencio acompañado por una rubia fresquita que me refresca la noche mediterránea. Las estrellas brillan en la bóveda celestial y el silencio vuelve a conquistar mi universo particular. Respiro hondo y pienso en lo deseable que es tener un trocito de tierra adonde huir de aquello que llaman civilización.

Sergio Calle Llorens



4 comentarios:

  1. Sergio: Tú y yo amamos Málaga hasta el punto que aquí hemos defendido roqueñamente su independencia de la infecta taifa andaluza, y lo seguimos haciendo, pero la Feria de Málaga es de una cutrez sencillamente impresentable; esto, para ti y para mí, que no se entere nadie.

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    1. Dicen que la de noche es mejor pero todavía no la he visitado. Un fuerte abrazo.

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  2. La Feria de Málaga es maravillosa por su complejidad, es vida en todas sus expresiones, gusten o no... Me apena tanta crítica. Málaga siempre fue un reducto para las libertades, guste o no. La Feria debe seguir así, con sus límites, pero es pública y abierta.

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  3. Hola feriantes:
    Santa cerveza que estas en el hielo
    tan refrescante suena tu nombre, venga a mi cuerpo tu vaso, hazme sentir el calor del encuentro. Hagase tu presencia asi en la mesa como en el suelo.
    Danos el placer de cada día, perdona el Ron, así como nosotros perdonamos al JB.
    No nos dejes caer en la cirrosis y libranos del colocón

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