Tener hijos gemelos puede suponer la prueba fehaciente de
que la madre naturaleza la ha liado parda doblemente. Sin embargo, cuando sale
bien el experimento, el mundo se convierte en un lugar mucho más entrañable. Hoy quiero compartir un capítulo de mi vida
que he recordado tras un fuerte ataque de nostalgia.
Fue al llegar la otoñada en una fría noche envuelta en una
niebla azulada cuando las vi. Eran dos
gemelas que, según decía el sabelotodo del barrio, habían surgido de un mismo
ovulo fecundado por un único espermatozoide. Para mí, en cambio, aquellas
chicas de 14 primaveras eran el fruto de la magia; morenas, de profundos ojos
negros cuyas sonrisas provocaron mi primera taquicardia adolescente. Recuerdo
que pensé que el rostro de Dios debía parecerse mucho a esas dos niñas. Nos
hicimos amigos del alma. Cada viernes a la salida del colegio, yo corría cuan
galgo cualquiera para encontrármelas “casualmente” bajando de su autobús
escolar. Entonces venían a abrazarme a la manera “sándwich”; cada una a un lado
y allí se quedaban durante unos diez segundos. Recuerdo el olor terso de sus
cuerpos y, por supuesto, su tacto. El mundo se detenía. No sabría decir a cual
de las dos prefería. Quiero pensar que los tres éramos las patas de un
banquillo sobre el que se asentaba nuestra relación de amistad. Si faltaba una
de ellas, aquel artefacto se caía. En aquellas tardes, aprendí que los gemelos
en general desarrollan una habilidad de comunicación llamada criptofasia. Una
especie de lenguaje secreto como consecuencia de pasar más tiempo entre ellos
que con ningún otro mortal. Además, cualquier gesto, mirada o palabra adquiere
un significado mágico en la cabeza de su gemelo. Mis amigas no eran una
excepción. Para los profanos como yo, aquella parla especial no tenía ningún
sentido. Empero, con el tiempo empecé a darme cuenta de que cuando hablaban
entre ellas, solían colocar los sujetos, verbos y objetos de una forma muy
peculiar, siempre poniendo en primer lugar aquello que tenía más importancia
para ellas. Poco a poco y, con mucho esfuerzo, pude acceder a ese lenguaje
mágico y propio. Dicen que, después de todo, la información es poder y, un
servidor estaba ávido de conocimientos que me llevaran a comprender a seres tan
maravillosamente extraordinarios.
Mis amigas eran idénticas y presentaban lo que los expertos
llaman “apariencia espejo”. Eso quiere decir que una tenía un lunar en la
mejilla izquierda, la otra la presentaba en la derecha. Esto daba lugar a
situaciones muy divertidas ya que como una era zurda y la otra diestra, me
colocaban en medio para darme constantemente sustos durante las películas de
terror que veíamos juntos ante la divertida mirada de su madre. Un día me la
jugaron de verdad cuando Alicia comentó que su hermana Beatriz había ido al
hospital por un fuerte dolor en el pecho. Minutos después ella también se
llevaba la mano al corazón mientras distorsionaba el rostro por el supuesto
dolor. Me quedé allí petrificado por el horror hasta que la puerta del armario
se abrió para dejar salir la “enferma imaginaria”. Era su forma de decirme que los
gemelos no sienten el dolor cuando el otro lo está experimentando. Yo, herido
en mi orgullo, contraataqué afirmando que las gemelas nacían con la mitad del
cerebro porque tenían que prestar a su hermana la otra parte, de ahí sus
comportamientos erráticos. Todavía recuerdo las cosquillas que me hacían
mientras se reían; carcajadas limpias, sonoras que aún hoy conservo en algún
lugar del ático de mi memoria.
Mientras más se afianzaba nuestra amistad, más crecía la
envidia en los amigos que trataban de romper aquella mágica relación. Nosotros,
en cambio, hacíamos como si no escucháramos las habladurías sobre el triangulo
amoroso que, según todos, habíamos iniciado tiempo atrás. La verdad era mucho
más simple; yo sentía un profundo cariño por esas dos niñas. Pensaba que debía
protegerlas y apartarlas de todo aquello que pudiera dañarlas. Puede que
incluso estuviese enamorado en secreto de las dos y, también puede que me
derritiese cuando ellas luchaban por captar mi atención con sus historias, sus
gestos, sus chistes y sus faldas que mostraban unas piernas diseñadas para el
pecado. En verdad, creo que me hacían sentir el más afortunado de los mortales.
Junto a ellas navegué en un mar que, por entonces, estaba siempre en calma.
Echando la vista atrás no puedo decir cual de las dos me
hacía ver las estrellas de forma más intensa. Es difícil de decir con gemelas
idénticas que tienen el mismo ADN y comienzan a interactuar a las catorce
semanas de gestación. Además, decantarme
por alguna hubiese sido como traicionarlas. Ellas con sus mismos patrones
cerebrales y de pensamiento, y yo, como no podía ser de otra manera, con un
cerebro cuyas patronas eran mis gemelas.
La brisa marina fue testigo de cómo la mágica relación tuvo
su ocaso en el azaroso mediterráneo. Pasaron muchas lunas y, por qué no
decirlo, algunos soles hasta que un buen día aquellas gemelas se convirtieron
en otras sombras más del pasado. Sabía por amigos comunes que el barco de
Alicia había llegado en un lugar similar a mi particular isla de los
naufragios. Su hermana, en cambio, había triunfado plenamente en su carrera de
abogada y estaba felizmente casada con un fotógrafo. A veces, la imaginaba
posando para él como aquella ocasión en la que disparé un carrete entero en una
calita de Maro. Un buen día, las ruedas del destino me llevaron a un hospital
en otra ciudad donde Beatriz se recuperaba de una enfermedad. Franqueé la
puerta con una sonrisa dibujada en el rostro y un ramo de rosas rojas en mi
diestra. En la cama yacía la enferma y, a su lado, Alicia le sostenía la mano.
A los pocos segundos, yo volvía a experimentar el abrazo sándwich de las
gemelas. Hablaban atropelladamente mientras a mi mente llegaban recuerdos de
nuestros años juntos, anécdotas mil veces contadas pero no por ello dejan de
ser divertidas para nosotros, los protagonistas. Luego vino un incómodo
silencio; parecían distintas ahora pues la vida las había tratado de diferentes
maneras. Recordé la niebla azulada del día en la que las conocí en aquella
otoñada. Por un momento, deseé volver atrás en el tiempo y disfrutar de esa
misma candidez de los 14 años. Nos habíamos quedado sin palabras hasta que unas
lágrimas descendieron por las mejillas de Beatriz. Sorprendentemente dijo que
le hubiera gustado volver al pasado, a aquel bendito día en el que nos
conocimos en un lejano noviembre, con las hojas cayendo de los árboles y ese
olor a tierra mojada de la lluvia. Aquella revelación me convenció de que de
alguna manera, las gemelas y yo estábamos conectados por un hilo invisible de
afectividad fruto de años compartiendo vivencias. Había pasado el tiempo,
habíamos cambiado pero seguíamos siendo los mismos niños que sentíamos un
profundo amor platónico. Todo empezó en los días en los que el querer se
escribía con letras mayúsculas. Incluso un beso tenía un valor incalculable y
las parejas dibujaban corazones con el nombre de la persona amada.
Volvieron a caer las hojas del calendario y Beatriz se
recuperó aunque, desgraciadamente,
algunas veces suele tener recaídas cuando la enfermedad aprieta y le fallan las
fuerzas. Sin embargo, lo que no nunca le falla es mi llamada el día de su
cumpleaños. Siempre es el mismo ritual, una conversación a la hora de las
brujas del día de su alumbramiento. Junto a ella, su hermana; los tres reímos,
bromeamos y terminando diciendo lo mismo cada año desde hace una década. Y como
siempre, tengo la misma sensación de agradecimiento por haberte tenido la
oportunidad de conocer su maravilloso y mágico mundo. De ahí mi querencia por todas
las gemelas del mundo cuyos arcanos siguen constituyendo un misterio para gran
parte de los científicos. Un desafío en toda regla para comprender a unas de las criaturas más
singulares del universo.
Sergio Calle Llorens
Quien fuera gemela para que un escritor como tú me dedicara una cosa tan bella como esta, luego te quejas de que las mujeres te acosen en las redes sociales, sí al leerte nos dejas mojadas y sedientas. Besosssssss
ResponderEliminarEscribes como los Ángeles. Un fuerte abrazo. Laura.
ResponderEliminarMe vais a poner colorado y mira que es difícil. Saluditos.
ResponderEliminarLas gemelas no tienen nada de extraordinario, solo son personas con mismo rostro y distintos sentimientos.
ResponderEliminarOtra cosa es el amor platónico hacia las gemelas que puede : no en tener un amor inalcanzable, sino en amar las Formas o Ideas eternas, inteligibles, y perfectas. No hay en absoluto elementos sexuales, sencillamente porque el auténtico amor para Platón no es el que se dirige a una persona sino el que se orienta hacia la esencia trascendente de la Belleza en-sí.
Bueno mis gemelas lo eran y, siento discrepar, todas las gemelas que yo he conocido. En cuanto al concepto de belleza platónico, me parece maravilloso.
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