La feria de Málaga es un gentío inmenso, un microcosmos de
lo que representa el vulgo. Cada año me resulta más difícil acudir a ella. En
verdad, me gustan más las ferias de las otras poblaciones y, mientras más lejos
mejor. Un análisis de la feria del país malagueño daría para muchos; desde
guiris con la camiseta del Málaga, japonesas con vestidos de faralaes. Malagueñas,
salsa, rock patrio, feria de día y de noche. Peñistas con la matraca del real,
populares haciendo el ridículo y los más jovencitos con su querencia por el
botellón. En definitiva ruido, mucho ruido. Por haber, hemos tenido hasta
agrupaciones de moros y cristianos procedentes de Alicante.
Pienso en la feria en una venta de los Montes de Málaga.
Estoy sólo con la única compañía profunda de mi respiración y mi viejo
ordenador portátil. Espero el plato de los montes con su chorizo, huevos,
pimientos y patatas. El salón está en silencio pues son pocos los clientes que
a esa hora de la noche han acudido a ese rincón verde de Málaga. En el cielo,
el nocturno brilla de forma intensa y veo, para mi sorpresa, caer algunas
estrellas fugaces. La conclusión que saco es bien simple; no me gusta la feria,
ni las aglomeraciones humanas a pesar de haberme divertido en exceso en fiestas
de medio mundo, incluida la nuestra, pero centrémonos en los detalles.
Calle Larios posa imponente con sus biznagas perpetuas que
funcionan como heraldo del jolgorio. La peña se arremolina junto a una charanga
que toca Paquito el chocolatero. Así todos abrazaditos y haciendo como si
quisieran penetrar a alguna moza cercana. Más allá, un centenar de señoras que
fueron al colegio con la
Duquesa de Alba se afanan en cantar con mucho desparpajo “my
way” de Sinatra y en español por estilo rumbero. El resultado es de un mal
gusto indescriptible. En cualquier caso, me admira que sean tan mayores y
tengan tantas ganas de pasarlo bien, tras asesinar lentamente a sus maridos en más
de cuarenta años de matrimonio.
Caseta de Fusionadas acoge a diferentes familias y a parejas
varias que comen mientras las sevillanas compiten con el ruido ensordecedor de
Cabo Cañaveral durante un lanzamiento de cohetes al espacio. La comida está muy
buena pero es tanta el ansia que tengo para huir de esa horripilante música,
que como tan rápido que sufro una media indigestión.
Bar, de nombre desconocido, cuyos usuarios compiten en
bailes absurdos que van desde el baile del gorila hasta piezas de Rafaella
Carra. Todos tienen una idea fija en la mente; follar a cualquier precio, como
sea, donde sea y con quien sea. Un chico gay me toca el trasero y me dice, con
todo el morro del mundo, que le encanta mi culito respingón. Imagino que es el
alcohol pero le mando una mirada tan furtiva que el payaso traga saliva y se
descompone antes de desaparecer.
Caseta de la San Miguel en
cuyo interior encuentro a una docena de chicas guapas con sus sombreros
cordobeses que contrastan con grupos de señoritas con las carnes magras fuera
de sus ropajes demostrando, una vez más, que la gravidez existe. Aquí también
hay bailes de todo tipo. Cruzamos la plaza.
Café central donde damos cuenta de unos tintitos de verano
hasta que una señora nos obliga a llevarle la comida a la mesa pues, según nos
confiesa, su marido es un vago de cojones y no le sale de allí mismo moverse.
Nos volvemos a mover.
Plaza del Obispo coqueta y sugerente frente a la catedral de
la Encarnación
donde los lugareños compiten con los forasteros por acabar con las existencias
de cerveza y Cartojal.
El Pimpi es el lugar elegido por mis amigos para dar rienda
suelta a sus instintos más bajo trabando amistad con unas polacas que tras
varios tiras y aflojas deciden marcharse. Yo me fijo en una chica pelirroja que
me mira con cara de no haber roto nunca un plato. Viene a mi mesa y me pide
fuego por gestos a lo que alguien responde “entre mis piernas”, la mujer no se
da por aludida y le digo que no fumo. Ella no parece entender. Empleo todas las
lenguas que sé hasta que descubro que la chica no es extranjera sino muda.
Aplico imaginación al asunto y muevo los brazos como las chicas de la natación
sincronizada. Se marcha muerta de la risa para volver con una amiga, muda
también, que pretende que le haga el número de los gestos. Estuve a punto de
gritar aquello de “fuego entre las piernas”. Llega el jamón al mismo tiempo que
aparece el Alcalde de Sevilla por el salón Carmen Thyssen cuyo museo él quiso robarnos.
Autobús de vuelta a casa repleto de gente que huele a vino y
sudor cuando unos pasajeros muy jóvenes deciden que para terminar la jornada
hay que destrozar el medio de transporte. Fuman marihuana, beben de todo e
insultan a la conductora que se niega a proseguir el viaje. El asunto termina
con dos detenidos en comisaría. Curiosa forma de divertirse. Al retomar la
marcha, un grupo de ancianos canta una vieja canción de paz: “La cabra, la
cabra, la puta de la cabra”. Llueven monedas contra el autobús cuando los
amigos de los detenidos se bajan del autobús. La pobre conductora se traga las
lágrimas y los hombres, el orgullo.
Reflexionando sobre la feria pienso en todas las parejas que
se besan, en todos los corazones que se rompen, en todas las ilusiones
perdidas, en los litros de alcohol que nos bebemos, en las archiconocidas
técnicas de ligoteo del personal, en la cantidad de resacas, en el calor, en
las interminables colas, en la mierda de los caballos, en la cantidad de veces
que nos perdemos y en cómo es posible que queramos volver a tener la misma
experiencia el año próximo.
Llega la comida y sin saber muy bien por qué, siento una
extraña sensación de melancolía. Como en silencio acompañado por una rubia
fresquita que me refresca la noche mediterránea. Las estrellas brillan en la
bóveda celestial y el silencio vuelve a conquistar mi universo particular.
Respiro hondo y pienso en lo deseable que es tener un trocito de tierra adonde
huir de aquello que llaman civilización.
Sergio Calle Llorens
Sergio: Tú y yo amamos Málaga hasta el punto que aquí hemos defendido roqueñamente su independencia de la infecta taifa andaluza, y lo seguimos haciendo, pero la Feria de Málaga es de una cutrez sencillamente impresentable; esto, para ti y para mí, que no se entere nadie.
ResponderEliminarDicen que la de noche es mejor pero todavía no la he visitado. Un fuerte abrazo.
EliminarLa Feria de Málaga es maravillosa por su complejidad, es vida en todas sus expresiones, gusten o no... Me apena tanta crítica. Málaga siempre fue un reducto para las libertades, guste o no. La Feria debe seguir así, con sus límites, pero es pública y abierta.
ResponderEliminarHola feriantes:
ResponderEliminarSanta cerveza que estas en el hielo
tan refrescante suena tu nombre, venga a mi cuerpo tu vaso, hazme sentir el calor del encuentro. Hagase tu presencia asi en la mesa como en el suelo.
Danos el placer de cada día, perdona el Ron, así como nosotros perdonamos al JB.
No nos dejes caer en la cirrosis y libranos del colocón