EL PEÑÓN DEL CUERVO


Trato de huir de todo y de todos, y para ello mis pasos me conducen hacia un lugar mágico de mi ciudad. El Peñón del Cuervo, donde Málaga se extiende para abrazar a La Cala. Allí contemplo asombrado como en la bóveda celestial reina un color bermejo que contrasta con un mar turquesa al otro extremo de la playa. Suelo venir solo cuando necesito pensar. No suele ser un lugar muy frecuentado durante la semana, tan sólo las habituales parejas de enamorados y algunos pescadores que de forma ceremoniosa repiten su ritual para capturar peces. Yo también intento atrapar cosas que desgraciadamente ya no están en este mundo. Son sombras del pasado, palabras y emociones de los seres queridos que se fueron para siempre. A veces es el rumor de las olas que me trae la voz de mi padre narrando historias de la Málaga antigua mientras la torre vigía nos observa en la distancia, otras la brisa marina es la que me hace sentir las caricias de mi madre en el rostro. Es curioso, pero no hay ningún lugar en el mundo donde pueda sentirlos tan cerca. Es como si estuvieran conmigo. Tal vez aquella roca sea en verdad mágica y obre el milagro. Sea como fuere, el caso es que siempre hallo la paz en aquella playa, aunque a veces mientras deshago el camino que me ha traído hasta ella, me invada una fuerte sensación de melancolía y tristeza.


Hace unos días, estaba sentado en la arena de esa playa recordando aquellos pasajes del pasado que tengo guardados en el ático de mi memoria, cuando observé como un niño trepaba por las rocas más pequeñas del peñón. Parecía querer pasar al otro lado antes de que subiera la marea. Su madre trataba de contener su ímpetu cuando un silbido se oyó a sus espaldas. Era el padre que vestido con traje de chaqueta corría en su dirección. De pronto se metió en el agua hasta las rodillas y los arrastró hacia el mar. El niño aullaba de felicidad, y su mujer de puro asombro. Finalmente los tres terminaron cayendo al agua. Entonces al verlos salir empapados mientras se abrazaban y reían, supe que aquel niño, como otros tantos niños malagueños que han jugado y vivido esas experiencias en aquel lugar mágico, volverá algún día al peñón del cuervo. Y como yo, tratará de recuperar esas sensaciones de aquellos a los que tanto amó. Con la imponente roca al frente, con un cielo anaranjado y unas olas que vienen a besar como un galán a la dama a la que llamamos orilla. Sólo espero que ese día todavía esté muy lejos en el calendario.


A la memoria de mis padres que tanto me dieron