El horror,
cuando se escribe con inteligencia, no necesita monstruos.
A veces basta con un silencio sostenido, una mirada que se quiebra, una puerta
que no se cierra del todo.
Zach Cregger lo entendió mejor que nadie en Weapons, su regreso a las
tinieblas después de Barbarian.
Pero esta vez no construye una casa, sino un espejo.
Y dentro del espejo, todos nosotros.
Hay en la
película una belleza enferma, un ritmo que parece pertenecer al sueño —esa
cadencia que se siente cuando uno sabe que algo va mal, pero no logra decir
qué.
Cregger filma la cotidianidad como si fuera un ritual, con esa calma
antinatural que antecede a la tormenta.
El horror surge de la repetición: los gestos, los hábitos, los ecos de una
culpa que no encuentra redención.
Nada es
gratuito: las desapariciones, los murmullos, los fragmentos de vidas rotas que
se cruzan sin tocarse.
El director usa las armas —esas weapons— no como objetos, sino como
metáforas: la violencia que llevamos en la piel, los recuerdos que disparamos
contra nosotros mismos.
Cada personaje carga la suya, y la película nos obliga a mirar qué hemos hecho
con la nuestra.
Visualmente,
el film es un descenso.
Los colores se apagan poco a poco, las sombras ganan territorio.
Cregger convierte la luz en un animal que huye: cada plano parece
devorado por una penumbra que se mueve con hambre.
Y en medio de esa oscuridad, Julia Garner levanta un personaje que respira
dolor y lucidez, un alma que comprende demasiado tarde lo que el resto prefiere
ignorar.
El terror
de Weapons no reside en lo que vemos, sino en lo que comprendemos un
segundo después. Como
si alguien nos hablara al oído en un idioma que creemos reconocer, pero del que
solo entendemos una palabra: culpa. Ese es su poder: recordarnos que la
violencia no viene de fuera, que lo verdaderamente aterrador no es el monstruo…
sino la mirada que decide no verlo.
Y cuando
llegan los créditos finales, el silencio no es alivio.
Es sospecha. La sensación de que algo nos sigue observando desde el interior de
la pantalla. De que lo que empezó como ficción ha cruzado el umbral y se ha
sentado con nosotros en el sofá.
Porque Weapons
no busca asustar.
Busca permanecer.
Sergio Calle Llorens