miércoles, 1 de octubre de 2025

¡BESOS EN VÍA MUERTA!

 



"El problema de tener el corazón blando es que siempre acaba sangrando."
— Raymond Chandler

En la confluencia de las líneas uno y dos del Metro de Málaga, contemplo a una joven pareja apresurarse para subir al vagón en la estación de El Perchel. Ella es morena, alta, de labios carnosos y con unos ojos negros tan hondos como la noche. Sus piernas, largas como la cuesta de enero, completan el cuadro de Romero de Torres. Él, en cambio, es anodino: cabello castaño, rostro sin relieve, un chico corriente.

Al entrar, se colocan frente a frente. El muchacho la mira embelesado, acariciando su rostro con ternura, como si quisiera memorizar cada pliegue de su piel. Ella, en cambio, sostiene la mirada triste, apagada, ausente. No hace falta ser experto para entenderlo: cariño sí, amor ninguno. El lenguaje corporal lo delata sin piedad.

Él habla; ella calla, con los ojos perdidos, fijos solo cuando se cruza alguien más atractivo que su novio. Al pobre le quedan dos telediarios para que lo envíen al país de los corazones rotos, con billete de ida. Y yo, al observarlos, siento un golpe de tristeza. También estuve en su lugar. También fui, alguna vez, como esa muchacha.

Por un momento deseo levantarme y advertirle al chico que ni a las jóvenes ni a las maduras les gustan demasiado los muchachos buenos. Prefieren la incertidumbre, el filo de la herida. No hay que decirles que las quieres, ni dejar que sepan cuánto poder tienen sobre ti. Pero la voz metálica, en español e inglés, anuncia la llegada a Carranque y me arrastra a mis propios recuerdos. No mejores ni peores, simplemente pretéritos, cuando yo también creí que el primer amor duraba para siempre.

El desamor no es justo, pero tal vez sea necesario. Después de todo, un hombre no está terminado hasta que no lo acaba una mujer. Y ese joven está a punto de descubrirlo.

En la risa del enamorado escucho el eco de los años futuros: perfumes que lo perseguirán, canciones que lo arañarán, atardeceres que le recordarán lo perdido. Todo evocará a la muchacha que lo dejará atrás.

Él vuelve a besarla con ternura, ignorante del mundo que se le viene encima. Llegan a su estación y se alejan. Quise levantarme y darle un abrazo, pero ya era demasiado tarde. Para él… y para mí.

Porque los últimos besos que merecieron la pena se quedan siempre en la memoria, como esas escenas de cine que uno nunca olvida. “Siempre nos quedará París”, decía Bogart en Casablanca. Solo que, para el muchacho del metro, su París será cualquier rincón del recuerdo al que ella nunca regresará.

Sergio Calle Llorens

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