viernes, 24 de octubre de 2025

¡EL PERIODISMO LIBRE NO SE ARRODILLA!

 



Hubo un tiempo —quizá el último instante en que la tinta olía a pólvora y no a notas de prensa— en que los periodistas eran buscadores de verdad, no community managers del poder. Aquellos hombres y mujeres, con gabardina, cigarro y una máquina de escribir como única trinchera, destaparon los sótanos del poder y obligaron a un presidente de Estados Unidos a renunciar entre las sombras del escándalo. Se llamaba Watergate, y sus héroes no llevaban corbata ministerial sino dignidad en los bolsillos.

Hoy, en cambio, el ministro de Justicia español pretende que el periodismo se arrodille. Que los cronistas bajen la voz, que los medios sean obedientes perros de compañía del Gobierno, que el oficio de contar lo que molesta se convierta en delito de lesa majestad. No hay mayor amenaza para la democracia que un político con complejo de censor y alergia a la libertad.

Mientras tanto, el presidente Sánchez intenta dar lecciones de ética desde su púlpito de espejos, hablando de regeneración moral mientras su partido sigue oliendo a EREs y subvenciones desviadas con la misma fragancia que una vieja caja fuerte andaluza. Y como si la historia fuera una comedia de enredos, sus familiares más próximos aparecen en titulares judiciales como si se tratara de figurantes de El Padrino, pero sin la elegancia de Coppola.

El ministro, ese sacerdote de la corrección, cree que puede dictar qué es periodismo y qué no. Ignora que la libertad de prensa es una fiera vieja y sabia, que ha sobrevivido a dictadores, inquisidores, censores y ministros con ínfulas de salvapatrias. Que por cada redactor amordazado, surgen cien con la pluma más afilada. Que los periódicos libres no necesitan subvenciones ni favores, solo lectores con memoria y coraje.

Porque el periodismo libre no se alquila ni se arrodilla. Se emborracha de verdad, aunque duela, y escribe lo que ve, no lo que conviene. Es hijo bastardo de la literatura y la desobediencia, primo hermano de la poesía y del desacato. No necesita credenciales ni bendiciones: le basta con una pregunta y una conciencia.

Recuerdo una escena de Todos los hombres del presidente: Hoffman y Redford en la penumbra de la redacción, escribiendo bajo la amenaza del poder, pero con la fe intacta en que la palabra puede derribar imperios. Aquel tecleo era el sonido de la libertad. Hoy, el ruido de los teclados digitales puede ser igual de subversivo, si se usa para decir lo que el poder quiere silenciar.

Así que, señor ministro, si usted cree que puede domesticar la prensa, no ha entendido nada. Somos los gatos de la democracia: nos alimentamos de la basura del poder y, aun así, caemos siempre de pie.

Y a usted, señor presidente, le propongo una tregua: deje de luchar contra su sombra. Si quiere limpiar su partido, empiece por abrir las ventanas, no por cerrar las bocas.

El periodismo libre no necesita permiso. Solo necesita una chispa. Y créame, ya huele a pólvora.

Y mientras el ministro prepara nuevas leyes para domar la verdad, los periodistas seguiremos escribiendo, riendo, publicando, brindando con vino barato y creyendo que la palabra sigue siendo el último refugio de los libres. Porque, al final, siempre gana la tinta.

Y si no lo creen, pregúntenle a Nixon. Está en el más allá, tomando café con los fantasmas de los que pensaron que podían silenciar a la prensa.

Sergio Calle Llorens


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