Si Julio
Verne levantara la cabeza, probablemente se habría inscrito en la Flotilla
española rumbo a Gaza. “Veinte mil leguas de postura en el mar”, habría
titulado su diario de a bordo. Porque lo que salió de España no era un
barco cargado de ayuda humanitaria, sino un flotador de ego inflado con aire de
Instagram y buenas intenciones mal calibradas.
La escena
tenía todos los ingredientes de una comedia absurda: personas con más pasión
que planificación, líderes locales intentando hacerse héroes en la foto del
desembarco, y voluntarios que parecían haber confundido la brújula con un
filtro de Snapchat. Ada Colau y compañía aparecían como extras de los Hermanos Marx: uno se pregunta si la escena final consistirá en un número
musical con sombreros imposibles y diálogos ingeniosamente contradictorios.
Los vuelos
de regreso, pagados —oh ironía— por contribuyentes, confirmaron la sensación de
que estábamos ante un híbrido entre Viaje al centro de la Tierra y La
vida de Brian: un viaje épico en teoría, tragicómico en la práctica. Lo
más sorprendente es que, a pesar de la ausencia de camiones de ayuda, la
flotilla generó titulares gloriosos, debates en redes y memes para todos los
gustos. Todo un festival de postureo internacional.
Si uno se
detiene a pensar, incluso el cine de los años dorados tenía menos exageración.
Imaginen a Humphrey Bogart y Peter Lorre intentando organizar cajas de
ayuda mientras John Cleese les susurra chistes sobre logística
humanitaria: la mezcla es tan surrealista que casi se agradece la poesía
involuntaria de la escena.
Literariamente
hablando, podríamos escribir páginas y páginas sobre este viaje: crónicas de
buenas intenciones naufragando entre selfies, discursos pomposos y anuncios en
redes sociales. Pero la moraleja es sencilla: cuando la realidad se disfraza de
epopeya, el resultado a veces es un vodevil de tres actos, con banda sonora de
aplausos y hashtags que nunca llegarán a puerto.
Y mientras
el mundo mira, algunos héroes de pacotilla descubren que la verdadera ayuda
empieza por no confundir la cámara con un salvavidas. Porque, como dijo Groucho
Marx, “Estos son mis principios; si no le gustan, tengo otros”.
Sergio Calle
Llorens
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