sábado, 28 de junio de 2025

¡EN EL HOSPITAL!

 



La noche en una sala de urgencias es distinta a cualquier otra noche: no es tiempo, es espera. Las luces no iluminan, vigilan. La respiración de los otros se mezcla con los pitidos de las máquinas y el goteo lento de la medicación que entra por la vena como una tregua artificial. Afuera, el mundo sigue girando. Dentro, cada segundo duele como una confesión.

Esa madrugada, la tensión me lanzó contra los límites de mi cuerpo como una marea furiosa. Sentí que me deshacía. La mente se nublaba, y de esa niebla surgió ella. La espalda desnuda como una promesa jamás cumplida. Tocaba un piano frente al Mediterráneo, y cada nota era un eco de lo que fui, de lo que fuimos. La última vez que la amé fue frente a ese mismo mar, quizás bajo la misma luna. No era un sueño: era el último refugio de la memoria cuando el cuerpo ya no responde.

En ese momento entendí que la muerte no llega como una campana, sino como un susurro. Y no da miedo por lo que es, sino por lo que deja sin terminar. Me sentí pequeño. Me sentí como un hombre que ha pasado por la vida como se pasa por una estación equivocada: sin bajarse nunca en el destino deseado.

No lloré. Pero algo dentro de mí se quebró. Y en ese silencio interno, ella volvió a tocar. Para mí. Por mí. Como si supiera que ese recuerdo era lo único que podía salvarme de mí mismo.

Tal vez no tenga un sitio. Tal vez solo tenga momentos. Ese fue uno. Uno hermoso, robado a la oscuridad. Tan poca cosa y, sin embargo, tanto para mí. El chico con tupé en erección cuyo reflejo debe andar perdido en alguna ola de esa mar al que tanto amo.

Han pasado los años. Demasiados. Nos perdimos, como se pierden las grandes cosas: sin culpa, sin ruido. Ella tomó otro camino. Yo, también. Nunca más volví a verla. Pero esa noche, bajo la amenaza de un infarto, en una camilla anónima de un hospital que olía a lejía y a resignación, su recuerdo se abrió como una flor en la oscuridad. Me estaba salvando.

Y pensé: Si voy a morir, que sea así. Viéndola a ella, oyendo ese piano, con el Mediterráneo enfrente y mi juventud intacta por un instante más.

Y entonces me sentí un perdedor. No por haber perdido la vida, sino por no haber sabido vivirla como ella me enseñó. Porque pasé años buscando un lugar sin darme cuenta de que, quizás, mi sitio era simplemente su risa sobre la arena, su voz en mi oído mientras escuchábamos aquellas canciones desde un radiocasete oxidado, o ese vestido azul flotando en las tardes de agosto.

Pero algo cambió. Porque no morí. Volví. Estoy aquí. Respirando. Pensando en la mujer que me destrozó el alma. Escribiendo esto.

Sergio Calle Llorens

jueves, 26 de junio de 2025

¡OUTLANDER: ENTRE EL TIEMPO Y LA SANGRE!


 

Hay series que se miran. Y hay otras que se habitan. Outlander, como la vieja Escocia que retrata y reinventa, no se deja ver: se deja sentir. Quien cruza sus primeros capítulos no entra solo en una ficción de época. Entra en un territorio mítico, en una patria herida, en un amor que desafía al tiempo —y al tiempo mismo, que se revuelve, se pliega, se rompe—. Outlander es más que una serie: es un poema histórico, una elegía guerrera, una carta de amor al pasado que aún sangra bajo la piel del presente.

Basada en las novelas de Diana Gabaldon —una alquimista del tiempo narrativo—, la serie nos ha regalado no solo una historia inolvidable, sino una puesta en escena que acaricia cada plano como si fuera un recuerdo. La voz de Caitríona Balfe, la mirada que es fuego contenido de Sam Heughan, la elegancia trágica de Tobias Menzies, la fiereza conmovedora de Graham McTavish: todos ellos han hecho carne un relato donde lo romántico no excluye lo trágico, donde el viaje interior es tan intenso como el desplazamiento temporal.

Pero más allá de sus protagonistas, Outlander es una carta de rebelión. Una canción amarga sobre la masacre cultural que Inglaterra impuso a Escocia, sobre la represión de sus clanes, la humillación de sus jefes, la proscripción de su idioma, el gaélico silenciado a golpes de decreto, como si las lenguas pudieran morir sin matar antes a quien las hablaba.

Cada episodio parece repetir un mismo susurro bajo la piel del guion: no olvidéis quiénes fuimos. Y sin embargo, no todo en la serie es historia pura. Como toda gran ficción, se permite licencias, a veces necesarias, a veces discutibles: las cronologías se doblan en favor de la épica; los eventos reales se comprimen o se adornan; la medicina de Claire en el siglo XVIII, aunque cautivadora, incurre en anacronismos inevitables. La representación de las costumbres escocesas previas a Culloden coquetea a veces con el romanticismo más que con el rigor, y ciertos acentos se suavizan para no perder al espectador angloparlante. Pero qué importa, si la emoción está intacta.

Los viajes en el tiempo que plantea Outlander no buscan convencer desde la física cuántica, sino desde lo emocional. No es ciencia ficción dura, sino ficción emocional con aroma de eternidad. Lo importante no es cómo viajan. Es por qué.

Y ahora, ante la llegada de la octava temporada, la última, el espectador fiel contiene el aliento. No hablaremos aquí de spoilers, solo de presagios: lo que viene será fuego, será pérdida, será reencuentro. Porque Outlander nunca ha tratado solo del amor entre dos personas, sino del amor a una tierra, a una lengua, a una forma de resistir. Es un recordatorio de que la Historia la escriben los vencedores, pero la Memoria la custodian los que recuerdan. Y nosotros, gracias a esta serie, recordamos.

Que la piedra se abra una vez más. Que la música suene. Y que Jamie y Claire cabalguen, una última vez, entre las brumas de Escocia, el rugido de la Historia y los latidos del tiempo.

Sergio Calle Llorens

domingo, 22 de junio de 2025

¡ENOUGH IS ENOUGH!

 



There comes a point in every altruist’s journey where the heart grows tired—not because it has stopped caring, but because it no longer understands the silence it receives in return. For years, many of us in Europe, particularly in Spain, have opened our homes, our wallets, and our time to help those fleeing war, poverty, and instability. Ukrainians, Russians, North Africans, Sub-Saharan migrants—we have taught, fed, sheltered, and protected them. Yet, a strange emptiness has begun to settle in the hearts of some of us: a quiet question that refuses to go away.

What happens when your hand is met not with gratitude, but with criticism? When generosity is mistaken for duty? When those who receive the most complain the loudest?

There is a painful irony in watching individuals from collapsing regimes or violent regions arrive to safety—only to scorn the very systems that protect them. Psychologists, language teachers, housing, food programs, social workers—entire structures bend to serve, often without conditions. And yet, for some, it is never enough. Spanish values are "backwards." The food is "wrong." The help is "too slow." The culture is "too open," "too Catholic," "too disorganized," or "too bureaucratic."

For some of us who have devoted years to integration programs, this dissonance wounds deeply. We believe in human dignity, in shared progress, in second chances. But increasingly, we encounter people who do not wish to adapt or contribute—who want Europe, but not its values; who want rights, but shun responsibility; who live among us, yet never with us.

This is not a plea for applause, nor a demand for blind submission. It is a melancholic reflection on the futility of helping those who have no intention of meeting halfway. True integration, after all, is a two-way street. But what if one side parks indefinitely?

The real tragedy is not the failure of policy, but the corrosion of trust. Every act of ingratitude plants a seed of cynicism. And cynicism, once rooted, makes future compassion harder.

This is the dilemma of modern solidarity: when does help become self-harm?

Let us keep helping. But let us also learn to recognize when help is not wanted, when it is met with contempt, and when perhaps—just perhaps—it is time to step back, and let others walk their own road.

Sergio Calle Llorens


jueves, 19 de junio de 2025

¡RETRASADOS!

 



No es verdad que yo esté en contra del Psoe. Es el Psoe que está en contra de todo lo que yo represento; espíritu crítico, alma libertaria e ideas incompatibles con las organizaciones mafiosas. Les recuerdo que el gobierno de Sánchez, sí, el de la secta del capullo, acumula ya diez alertas detectadas por la unión europea como propias de regímenes totalitarias. La propia Comisión considera elementos de alarma roja en su tarea de hacer frente al Estado de derecho. A saber;

1-     Abuso de poder

2-     Corrupción de alto nivel.

3-     Ataques de un poder del Estado a otro

4-     Presiones políticas a los jueces

5-     Medidas contra el pluralismo de los medios de comunicación

6-     Abuso de los decretos ejecutivos

7-     Socavar la fuerza de las resoluciones judiciales

8-     Reabrir asuntos resueltos

9-     Falta de claridad del proceso legislativo

           Debilitación de los tribunales constitucionales

 

Dicho de otra manera, que en España se hace lo que le sale de la punta del cipote a Pedro que tiene, además de a sus familiares más directos imputados, a medio gobierno investigado y muchos ya dimitidos. ¿Os dibujo un plano? 

Es evidente que soy yo el que representa el progreso y no el Psoe. Soy yo el que se opone a gastar el dinero público en prostitutas, no el Psoe. Soy yo el que alertó de que el presidente era un amoral y alguna lo llamaba progresista mientras, en un ataque de clasismo intolerable, me decía que sus amigas eran todas funcionarias o, en su defecto, miembros de la clase dominante. Callé entonces y no revelé que entre mis amigos se encuentran grandes escritores, productores de cine, dueños de editoriales, científicos y hasta afamados luthiers. ¿Y ahora qué? ¿Necesitas algo, guapa?

Hay que aprender a llamar a las cosas por su nombre. Primero porque es la primera obligación de un escritor. Segundo porque aquel que no se expresa bien, piensa peor. Y tercero, pero no menos importante, porque usar el adjetivo correcto, aunque hiera, es un acto ciertamente revolucionario. Sólo se me ocurre un calificativo más para  describir vuestro apoyo a este engendro que tenemos de presidente; “retrasados”.

Sergio Calle Llorens


miércoles, 18 de junio de 2025

¡EL EUROMAJARON!

 



Allá en Bruselas, trono de excelencias,
donde el sentido común sufre dolencias,
habita un sabio en traje bien planchado
que nunca ha fregado… pero todo ha regulado.

Con mano firme dicta la condena:
“¡Tapón unido siempre a la botella llena!”
Y mientras tú te manchas la camisa,
él brinda en Davos… con champán y sonrisa.

“Las vacas deben orinar sin culpa,
los pepinos curvos ¡fuera de la pulpa!”
Prohíbe el queso si huele muy fuerte,
pero entra aceite chino… sin pasaporte.

Te exige normas para el pan tostado,
la curvatura exacta del plátano pelado,
y que el jamón declare su intención
antes de entrar a una reunión.

El agricultor se ahoga entre papeles,
mientras entran fresas sin sellos ni fieles.
“¡Libre mercado!”, grita el comisario,
con las manos llenas del sobre ordinario.

Y si en tu barrio hacen ruido o queman,
calla, no opines, ¡o te llaman problema!
No es que no vean lo que hay en la calle…
es que temen más al titular que al detalle.

Normas mil para el europeo cansado,
y silencio eterno para el desorden importado.
Reglas absurdas, muchas, infinitas…
menos para quien rompa… con causas benditas.

Sergio Calle Llorens

viernes, 6 de junio de 2025

¡ARDE PARIS!

 



 Si el PSG pierde las semifinales de la Champions, queman Paris. Si el PSG es derrotado en la final de esa misma competición, queman Paris. Si el PSG se corona como campeón de Europa, le meten fuego a la Ville Lumiére e, incluso, atacan a los bomberos que intentan apagar los incendios que los africanos han provocado. Convendrán conmigo que esos pirómanos son una pandilla de hijos de puta que deben ser deportados a sus lugares de origen, y con urgencia. Sí, a esos que jamás se adaptarán a los valores occidentales. Cualquiera con algo de seso se percataría que Europa se asienta debajo de una bomba de relojería; los islámicos. Desactivar esa bomba requiere inteligencia, paciencia y diente de lobo. Todo llegará.

En España, por su parte, el Ministerio del Interior nos presenta datos demoledores; el 43,3% de las violaciones en manada las cometen extranjeros y los marroquíes lideran la lista de ese repugnante delito. Dicho de otra manera, el colectivo que sólo representa el 13,4% de la población residente (6,5 millones sobre 48,6 millones) es el más peligroso de todos. También destaca el colectivo marroquí entre las nacionalidades más reincidentes en este tipo de delito. Pero el problema, según esta misma pandilla de tarados que les defiende, es la ultraderecha.  Por cierto, antes de insultarme por lo que aquí les dejo escrito, deberían imaginar el terror de una niña de 11 años mientras era violada en un centro comercial por una manada de marroquíes.  

En Dinamarca, en cambio, ya no están para bromas y acaban de prohibir el uso del hiyab en las universidades y en los colegios. Una decisión que viene tras destruir, y literalmente, los guetos donde vivían los inmigrantes. Barrios en los que no entraba ni la policía y señoreaba la bandera del islam. Para los lerdos profesionales les adelanto que en esa pequeña nación escandinava gobierna la socialdemocracia. Sin embargo, ya no aguantan más y tarde o temprano esto provocará una reacción en cadena en el resto del viejo continente.

¡La batalla comienza ahora!

Sergio Calle Llorens

miércoles, 4 de junio de 2025

¡CHANDLER BAJO LA LLUVIA!

 



Acabo de terminar Dept. Q en Netflix. La dejé anoche en pausa a las dos de la madrugada, con los ojos secos de tanto mirar y el pecho ligeramente comprimido, como si los casos sin resolver me hubieran llamado por mi nombre. Desde el primer episodio, la serie me atrapó con algo más que su impecable fotografía, su ritmo medido o su aire sombrío: lo que me atrapó fue la palabra hablada. Los diálogos. Esa tensión eléctrica en cada intercambio, donde los personajes parecen decir mucho más de lo que verbalizan. Fue entonces cuando me vino el eco de un viejo conocido: Raymond ChandlerNo porque la serie se le parezca en superficie —el mundo de Chandler era soleado y cínico, el de Dept. Q es lluvioso y grave— sino porque ambos comparten una virtud escasa y poderosa: el lenguaje afilado que acaricia verdades rotas.

En Chandler, los diálogos no son ornamento ni información. Son la forma en que el alma se defiende del mundo. Su Philip Marlowe lanzaba frases como puñales envueltos en seda. En Dept. Q, Carl Mørck hace lo mismo, aunque más desde el abismo que desde la ironía.

—"¿Sabes qué harás si lo encuentras?"
—"Preguntarme por qué no lo hice antes."

Hay en eso la misma resignación filosófica que Chandler cultivaba. La frase breve. El golpe suave al hígado. La idea de que hablar es una forma de no derrumbarse.

En ambas narrativas, el detective no es un héroe. Es un testigo que camina entre ruinas. Mørck, como Marlowe, no confía ni en los sistemas ni en las instituciones. Pero no se detiene. No puede. Porque hay algo en el fondo de su pecho —no esperanza, no redención— sino simplemente la certeza de que alguien tiene que hacer el trabajo sucio por los que ya no pueden hablarY eso, en literatura, es poesía amarga.

Quizá lo que más me conmovió de Dept. Q es que nunca grita. Nunca dramatiza. Sus verdades son susurradas entre líneas. Como Chandler. Ninguna frase se repite. Ninguna explicación es forzada. Todo fluye con ese arte difícil de lograr: decir sin explicar, mostrar sin exhibir, revelar sin desvelarY ahí radica la grandeza.

No, Dept. Q no imita a Chandler. Lo que hace es heredar su espíritu. Lo que un saxofón solitario es al jazz, Dept. Q lo es al thriller moderno: una voz rota que se alza en la noche y encuentra, entre la niebla, el eco de una vieja canción.

Esa que Raymond Chandler escribió hace más de ochenta años con tinta de humo, whisky y lluvia. Y que hoy sigue viva en los labios de un detective triste, bajo el cielo de Escocia, hablando poco, pero diciendo todo.

Sergio Calle Llorens

lunes, 2 de junio de 2025

¡UN ALCATRAZ PARA ESPAÑA!

 



En Italia, las cuatro mafias principales son la Cosa Nostra, la Camorra, la Ndragueta y la Sacra Corona Unita. En España, en cambio, contamos con el PSOE.  Es la heredera de la Garduña que, como no me cansé de repetir, estaba compuesta por soplones, fuelles, coberteras, sirenas, floreadotes, capataces y maestros. Como cualquier sociedad secreta tenía sus contraseñas y signos de reconocimiento entre sus innumerables miembros. Ahora, en cambio, ya cometen sus fechorías a la vista de todos. Bien es cierto que el hampa ibérica no mata porque controla casi todas las instituciones del Estado y no lo necesita. Empero, los Bonanno, los Colombo y los Gambino son unos aficionados en comparación con estos maleantes patrios.

Sin duda, Leyre Díez, la fontanera más famosa del sur de Europa, no sólo deja una pistola humeante en forma de audios, sino también una forma de entender la vida; hacerse de oro a costa de todos nosotros mientras tratan de matar civilmente a los críticos con la gestión de unos tipos tan peligrosos como el capo que los dirige. Para muchos, lo publicado viene a demostrar que si bien otros tenían Al Capone, los de la secta del capullo cuentan con Al Sanchone y hay que estar preparados para lo peor. Porque el error, el suyo que no el mío, ha sido el de considerar al partido socialista obrero español como una agrupación política más y no como una organización mafiosa.

 Su ADN es ese intento de acabar con la UCO, esa forma de ofrecer pactos con la Fiscalía y esa arrogancia supina a la hora de amenazar. Ahora entenderán algunos lo que pasaba en algunos juicios de la taifa del sur. Ahora verán la misma luz que deslumbró a Pablo de Tarso cuando se cayó del caballo camino de Damasco. Sólo que esa luz no les dejará ciegos porque ya perdieron la visión hace muchos lustros.

Por cierto, recuerdo que la mayoría de ustedes no quisieron creerme, pero los audios publicados por diferentes medios de comunicación muestran una verdad inquietante; este grupo mafioso está en el poder y hay que desalojarlo. Con esto no quiero decir que haya que ganarles en las elecciones, que también, sino en hacerles el vacío social y, si me apuran, construir una prisión de máxima seguridad para encarcelar a los miembros de este grupo delincuencial. ¿Qué les parece crear un presidio estilo Alcatraz en las islas Chafarinas?

Sergio Calle Llorens