Acabo de terminar Dept. Q en Netflix. La dejé anoche en pausa a las dos de la madrugada, con los ojos secos de tanto mirar y el pecho ligeramente comprimido, como si los casos sin resolver me hubieran llamado por mi nombre. Desde el primer episodio, la serie me atrapó con algo más que su impecable fotografía, su ritmo medido o su aire sombrío: lo que me atrapó fue la palabra hablada. Los diálogos. Esa tensión eléctrica en cada intercambio, donde los personajes parecen decir mucho más de lo que verbalizan. Fue entonces cuando me vino el eco de un viejo conocido: Raymond Chandler. No porque la serie se le parezca en superficie —el mundo de Chandler era soleado y cínico, el de Dept. Q es lluvioso y grave— sino porque ambos comparten una virtud escasa y poderosa: el lenguaje afilado que acaricia verdades rotas.
En Chandler,
los diálogos no son ornamento ni información. Son la forma en que el alma se
defiende del mundo. Su Philip Marlowe lanzaba frases como puñales envueltos
en seda. En Dept. Q, Carl Mørck hace lo mismo, aunque más desde
el abismo que desde la ironía.
—"¿Sabes
qué harás si lo encuentras?"
—"Preguntarme por qué no lo hice antes."
Hay en eso
la misma resignación filosófica que Chandler cultivaba. La frase breve. El
golpe suave al hígado. La idea de que hablar es una forma de no derrumbarse.
En ambas narrativas, el detective no es un héroe. Es un testigo que camina entre ruinas. Mørck, como Marlowe, no confía ni en los sistemas ni en las instituciones. Pero no se detiene. No puede. Porque hay algo en el fondo de su pecho —no esperanza, no redención— sino simplemente la certeza de que alguien tiene que hacer el trabajo sucio por los que ya no pueden hablar. Y eso, en literatura, es poesía amarga.
Quizá lo que más me conmovió de Dept. Q es que nunca grita. Nunca dramatiza. Sus verdades son susurradas entre líneas. Como Chandler. Ninguna frase se repite. Ninguna explicación es forzada. Todo fluye con ese arte difícil de lograr: decir sin explicar, mostrar sin exhibir, revelar sin desvelar. Y ahí radica la grandeza.
No, Dept.
Q no imita a Chandler. Lo que hace es heredar su espíritu. Lo
que un saxofón solitario es al jazz, Dept. Q lo es al thriller moderno:
una voz rota que se alza en la noche y encuentra, entre la niebla, el eco de
una vieja canción.
Esa que Raymond
Chandler escribió hace más de ochenta años con tinta de humo, whisky y
lluvia. Y que hoy sigue viva en los labios de un detective triste, bajo el
cielo de Escocia, hablando poco, pero diciendo todo.
Sergio Calle Llorens
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