miércoles, 27 de mayo de 2020

¡FUIMOS LIBRES!


La luz de la luna cae sobre mi atalaya mediterránea con tanta fuerza que la sombra de los árboles parece labrada a cuchillo. Las casitas blancas encaramadas en la parte alta de El Cantal adquieren una estampa fantasmal. Arriba, en el cielo, las estrellas parecen parpadear con cierta timidez, como si quisiera pasar inadvertidas a las fuerzas gubernamentales. En estas parece mi mente recuerda un mundo que ya no existe. Al menos los que vivimos la libertad de los ochenta, llegamos a conocerlo.

En aquella época podíamos cantar “La mataré” de Loquillo y los Trogloditas o “las tetas de mi novia” de Siniestro Total y nadie te ponía una querella, o se hacía el ofendido. Eran los tiempos en los que el dictador tomaba forma de cuerpo borroso y  Santiago Carillo, el responsable de Paracuellos, se convertía en pieza clave en la Transición.  Nadie discutía de política con el cuchillo entre los dientes como sucede ahora.

Queríamos, que no es poco, vivir y dejar vivir. Años de dulce trascurrir a pesar de los asesinatos de ETA y de la corrupción generalizada que trajo el invento autonómico. Y de tal guisa vivimos hasta que llegó Zapatero y mandó parar con su ley de memoria histérica. Desde entonces hemos ido para atrás como los cangrejos. Ahora todo está prohibido y, lo que no lo está, está a punto de serlo por orden de la coalición liberticida que sufre España en la actualidad. 

Me temo que nunca volveremos a ser libres. Sospecho que el polvo que alfombra los caminos de los camposantos se difumina ante la intensa luz de mi pregunta: ¿Cómo es posible que haya compatriotas que no vean que nos han robado la democracia con la misma facilidad que la secta del capullo se gastaba el dinero de los parados en putas? 

No es verdad que la fatalidad llegue ciega a nuestras vidas, no. La fatalidad entra por la puerta que nosotros hemos abierto, invitándola a pasar. No existe ningún ser humano lo bastante fuerte e inteligente para evitar mediante palabras o acciones el destino fatal que le deparan las leyes inevitables de su propia naturaleza y carácter. Y ha sido una fatalidad que la mayoría no nos haya apoyado en nuestra lucha por la libertad de expresión. 

Ahora la democracia española está en llamas, y el humo resultante no deja ver que fueron mayoría los que miraron para otro lado cuando derribaron los pilares del edificio democrático: la libertad de crítica y de palabra de la que emergen el resto de derechos.  Fue una fatalidad elegir a Sánchez. Fue una desdicha permitir que los socialistas se cargaran la separación de poderes. Fue un infortunio permitir que las cargas públicas salidas de la Andalucía socialista- la más corrupta según la Unión Europea- fuesen nombradas ministras.

Tengo la convicción de que fuimos libres una vez pero ese mundo se apagó como las velas que tengo en la ventana recibiendo la brisa marina.  

¡Que Dios nos proteja! 

Sergio Calle Llorens

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