Los hijos son como
las viñas; hay que saber cultivarlos y son un buen ejemplo de civilización.
A las viñas, a las que quiero como a mis vástagos, se podan de tres maneras;
para el presente, no es suficiente; para el pasado, que es tan inútil como un
sindicalista andaluz; y para el futuro que suele ser lo más audaz. Se trata de
hacer la poda hacia el lado más provechoso. Nunca hacia el lado en que la
planta está más debilitada. Hay que cortar los tallos que nos dieron tanto para
centrarnos en los nuevos miembros. Podar,
como pueden imaginarse, es un asunto complejo. Además nunca hay dos tallos
iguales como tampoco hay dos hijos idénticos.
Saber podar es como educar infantes. Siempre hay que ir pensando en el
devenir y nunca permitir que los mocosos se salgan siempre con la suya. Esto último
sería muy pernicioso para el desarrollo psicológico de nuestros herederos.
Saber podar y educar, por tanto, son actividades que nunca
hay que tomarse a la ligera por más que el personal ande ligero de cascos. Los celtas, pueblo que era mucho más
civilizado de lo que nos quiso hacer creer Julio
César, tenían un sofisticado sistema educativo antes del comienzo de la era
cristiana cuyo profesor principal era llamado Druimcli- viga maestra de una casa. Yo, que solo he bebido de las
fuentes druídicas del conocimiento, soy el faro al que mi hijo acude para
decidir qué carrera debe escoger a unos meses vistas de la selectividad. Mis consejos, que pueden sonar a
advertencia, son que la mejor carrera que puede hacer es la de salir corriendo
y no parar hasta llegar a Dinamarca donde nació. Pero, de quedarse, como no
veo muchas salidas en las distintas modalidades educativas de la Universidad,
le aconsejo una Facultad donde las mujeres, especialmente si son muy salidas,
sean mayoría. Haga lo que haga, tanto su madre y yo estamos convencidos de que
la poda ha sido la correcta y nuestro muchacho, que es de muy buena cepa, tendrá mucho éxito. El sabio
resultado de haber llevado la savia hacia el lado más conveniente.
Sergio Calle Llorens
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