miércoles, 30 de diciembre de 2015

EL CÓDIGO ROCKER

La juventud tiene sus peligros y delirios. Aún así queda el prodigio de haber materializado algunos libros y unas cuantas canciones para el recuerdo. Y todo porque vivíamos anclados a un mecanismo narrativo rockero como Don Quijote embriagado por unos libros de caballería andante. Unos códigos, en definitiva, para dar nuestros primeros pasos por este loco mundo.

El nuestro, el Código Rocker, era, y todavía lo es, una forma de entender la vida. Un pulso de rebeldía. Una manera de mostrar que para qué discutir si puedes pelear. Un trago de Jim Bean. La luna sobre Montjuïc o la Malagueta. La desfachatez hedonista del sunny afternoon de The Kinks. Una cartografía sentimental que siempre amarraba en el noray de un puerto marítimo ya fuera Vigo, Barcelona, Málaga o Gijón. Hitos vitales en compañía de nuestra santísima trinidad; Eddie Cochram, Buddy Holly y Elvis.

Fue un código revelado cuando en estas orillas se necesitaba a hombres objetos que mecieran los sueños húmedos de las chicas monas de la parta alta de la ciudad y, por qué no decirlo, de  las niñas de los barrios obreros a las que obrábamos milagros en el asiento de atrás de un coche o en una cala solitaria de madrugada. Bellas estampas eróticas al ritmo de El Cadillac solitario.  Pulsión sexual en la que ellas no se hicieron mujeres lobas por culpa de Los Rebeldes pero aullaban, y de qué forma, a sus lobos alfa.

No puedo imaginar hoy a bandas como Siniestro Total con “las tetas de su novia” o un tema como “El Carne para Linda” de Sabino Méndez en el que la protagonista practicaba la antropofagia para conservar su línea. Imagino que lo políticamente correcto ha terminado de contaminarlo todo y, ya no hace falta censura porque los mismos músicos o letristas han aprendido la lección. 

 Afortunadamente supimos  levantar entonces la bandera confederada con orgullo para cabalgar después en esas motos a las que tan bien empujaba la brisa marina. Y sonaban The Clash, The Flamingos o hasta los mismísimos Ramones frente a aquellos que en otros lares vestían chaquetitas azules al ritmo de Los Romeros de la Puebla.  Éramos demasiado Rockers para esos pueblerinos y ellos demasiado pueblerinos para nosotros los Rockers. Un código, en definitiva, que nos sigue marcando el camino que, por cierto, no se hace al andar sino al derribar los castillos de esos fantasmas.

Cantemos “con rabia y ternura, con desespero, por ti, por mí, por todos los que quiero, yo bailo Rock and Roll”.  Y que sea por muchos años. Es el Código Rocker, pandilla de estúpidos.


Sergio Calle Llorens

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