jueves, 20 de agosto de 2015

EL RINCÓN DE LA VICTORIA


La noche avanza hacia nosotros lentamente  cubriendo de púrpura mi atalaya mediterránea. La luz disolviéndose y ese crucero que, a pocas millas de la orilla, navega en un mediterráneo calmado. En el otro extremo, dos veleros buscan puerto. La verdad es que la situación de los vientos es compleja, con régimen de levante en la ciudad, pero de repente en el mar gira y cambia en sentido en la Bahía de Málaga. Oigo las voces de algunos chiquillos que continúan jugando en la playa aterciopelada. Arriba un cielo bermejo que lo abarca todo. Como el hambre ruge en mis tripas, decido degustar una fritura malagueña acompañado de un vino blanco bien frío. Como siempre digo; no hay nada como el vino corriendo por  mis venas. Gasolina que alimenta mi mente creativa.
El Rincón de la Victoria es un lugar extraordinario para pasear junto a la patria salada, El enclave que me apasiona para perderme para siempre. Un refugio de paz cuyos acantilados del Cantal me permiten hacer volar la imaginación. No hay día que no encuentre placer al bajar a los túneles que unen la localidad con la Cala del Moral . Allí  los muchachos están dominando el arte de esas mágicas jábegas de origen fenicio a las que escribo unos modestos versos en el cuaderno que, como ahora en el restaurante,  casi siempre me acompaña;

Quisiera ser yo marengo
Para cantarte un jabegote
Y que mi amor no se agote

A esa embarcación llamada jábega
Que navega en el mediterráneo azul
 Admirada hasta en la bella Noruega

Paséame sin pausa barquito
que  soy miembro honorario
De la orden del naufragio

Y en levantando la vista tras pelearme con las rimas, oigo un silencio contumaz en la terraza que da al mar. Todos absortos de esa espuma blanca que se formaba con las palas de esos lugareños. La voz del mandaor que va marcando el ritmo y nosotros ,los comensales, podemos sentir el esfuerzo de los valientes en una lucha contra las olas. Allí fascinados por el espectáculo siento toda la admiración por una tradición ancestral que mide fuerzas en la liga de jábegas. Una competición que es una parábola de la vida ya que, por más que nos esforcemos, al final son siempre los elementos los que terminan ganando la guerra definitiva. Junto a esta atalaya divina llamada Rincón de la Victoria se nos desvela un arcano singular; somos el Rincón de la Derrota.

Sergio Calle Llorens

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