Personalmente sólo hallo egoísmo y mediocridad. Políticamente
todo está lleno de griterío y guturalismo peninsular. No encuentro ni un gemido
de violín en medio de tanto exabrupto. Y si escribir me cuesta, leer a esos
gacetilleros gastados aún más. Esas interpretaciones de la realidad me importan lo
mismo que la configuración crustácea de una langosta. Imagino que todo tiene
que ver con esa tendencia del periodismo a la dispersión. Sea como fuere, me
aburren, y mucho. Incluso llegan a exasperarme cuando confunden la política con
la poesía porque, además de un engaño, es de un infantilismo insoportable. Pero
ya que escriben, al menos que lo hagan bien.
He tratado de mantenerme al margen. No escribir nada en un
tiempo dejando caer las hojas del calendario pero, la realidad circundante me
hace tomar la pluma una vez más para explicar lo obvio, tras ver los atisbos de
violencia que nos han asaltado en las últimas jornadas. No pretendo hacer de Larra con su crónica
inadaptación, sino simplemente dar mi opinión con la esperanza de que le sirvan
a algún primate en algún punto de la galaxia.
Y es que discutir lo obvio es síntoma de rusticidad social y
de primitivismo. Sencillamente no se puede atacar a las fuerzas de seguridad
del Estado porque no se está de acuerdo con la política de un gobierno elegido
democráticamente. Recordemos que la finalidad de un Estado es la de asegurar la
vida de sus ciudadanos, y si un Estado no la asegura, no vale la pena pagar la
contribución ni someternos a las estúpidas obligaciones de la vida en común. Apoyar
que unos descerebrados profundos intenten asesinar a unos policías en nombre de
vaya usted a saber, puede ser el primer paso para que esos mismos agentes dejen
de protegernos cuando las cosas se pongan feas de veras. Así que de cundir el
ejemplo de la Complutense ,
sólo nos quedaría el caos y la anarquía. Y en él, una vez masacrados los
primeros elementos de la derecha, ésta se sabría organizar mejor y a represión
sistemática no le iba a ganar nadie. Caminemos, y yo el primero, por la avenida
de la moderación no vaya a ser que el asunto se nos vaya de las manos.
Recordemos también que el cansancio por el parlamentarismo dio lugar
a monstruos como el nazismo o el comunismo que si lo mezclamos con el peligroso
nacionalismo, nos sale un cocktail explosivo. Del Deutchland über alles al
nacionalismo de campanario catalán que no entiende que su parlamento esté bajo
la tutela de la
Constitución española, y no a la inversa. El mantenimiento del
equilibrio parlamentario y el cultivo de la honradez política han de ser clave
en la regeneración política nacional si queremos que España siga existiendo
como ente político.
Destruir está al alcance de todas las inteligencias,
conservar es lo más elevado y noble que se puede hacer en este mundo Con todos
los errores que se quiera, la transición española tuvo mucho de bueno para
superar los fantasmas del pasado. Además, como nos demuestra la política empírica, la mejor opción es la moderación en el ejercicio público y la radicalidad en la
exposición de los violentos y los corruptos. Si el triunfo del nacionalismo romántico
desembocó en 5 invasiones alemanas de Francia, la victoria de la historia
inventada puede generar más dolor del que imaginamos. Por eso hemos de
encontrar al mejor violonchelo del parlamento para que termine la composición
que inició Adolfo Suárez. Una balada que se llama consenso que nos aleje de los totalitarimos de Pablo Iglesias, Alberto Garzón y compañía cuyas ganas de
sangre y dictadura bermeja podrían conducirnos el esperpento bolivariano.
De nosotros depende aplicar la astucia al servicio
de la realidad. Recuerden que frente al dogma de la destrucción, la política es, o debería
ser, más inteligente y eficaz. Ahora, si me lo permiten, voy a caminar por Málaga,
la urbe, que pese a mi ausencia, sigue recostada junto al mar mediterráneo.
Sergio Calle Llorens
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