martes, 21 de enero de 2014

LA INFIDELIDAD

En realidad, ser fiel es algo muy sencillo. Basta con encontrar a esa persona que supone tu complemento ideal. Una alma gemela que sea capaz de elevarte al cielo con una mirada. Todo responde a una lógica aplastante; teniendo un marisco perfumado por las suaves calmas saladas y las lunas de las noches blancas, no hay necesidad de salir fuera a comerte una hamburguesa. El problema es que ese milagro sucede muy pocas veces e, incluso, cuando sucede, el amor va muriendo muy lentamente hasta que te ves con las maletas en la calle.

Hoy día para evitar las rupturas, muchos psicólogos sesudos recomiendan ser infiel que, además, ayuda a mejorar la relación con el cornudo o cornuda. En cualquier caso, los que estudian la mente aconsejan también no confesar nunca la falta. Aplican lo de ojos que no ven corazón que no sienten. Después de todo, a día de hoy no ha habido ningún lumbreras que haya inventado una maquina para detectar cuernos. Sin duda, el que lo consiga, se forrará. Otros expertos en los secretos del cerebro humano desaconsejan, colocar unas astas a la parienta y, menos, si padeces del corazón.

Ser infiel no es algo que se reconoce y, mucho menos, en una encuesta. Yo he conocido a mujeres de misa dominical que se tiraban a medio barrio. Dicho de otra manera, las apariencias engañan y las encuestas más. No voy a negar que gran parte de la población sea infiel, de ahí que pululen por la Web miles de páginas que se dedican a buscarte pareja de guarrerías, pero de ahí a saber el porcentaje de infieles va un abismo.

No tengo ni puñetera idea de si ser fiel es una virtud o en un defecto. Cada uno que se meta en la cueva que quiera que yo, como saben, no voy a ir a sacarles. Lo que si digo que el matrimonio  es la tumba de la pareja. Y más, si se tiene descendencia. Las mujeres, por regla general, se convierten en Mantis Religiosa que una vez apareada intenta, y por todos los medios, destruir al padre de sus criaturas. Poco a poco, y sin prisa, las excusas para no hacerlo superan en imaginación a las del caso Bárcenas del PP; dolores de espalda, de cabeza, menstruales y hasta de huesos que uno desconocía que existieran. De ser como El Molino con pases de mañana, tarde y noche, pasas a escuchar el Réquiem de Mozart cada vez que te metes en el lecho conyugal y, así, por supuesto, no hay forma de que se te levante. Un amigo mío de origen sueco me confesaba que en el último año de casado, se ha hecho más gallardas que en toda su adolescencia. Un día que había tomado unas copas de más, le confesó a su legítima su descenso al onanismo y, ésta, muy sorprendida, le preguntó si cuando lo hacía pensaba en ella. En verdad, no hay ningún hombre que se masturbe pensando en su mujer; con esos dolores y esa permanente mala leche. Sí, ya sé que el sexo es como las cartas, si no tienes una buena pareja, lo mejor es tener una buena mano, pero cansa.

La sexualidad femenina es interior y la masculina exterior. Una mujer necesita un abrazo después de hacerlo y el hombre necesita, al menos, un brazo amigo que le alivie de vez en cuando. Todos los que tenemos colita debemos eyacular cinco veces por semana para alejar de nosotros el fantasma del cáncer de próstata. Al margen de la salud,  un hombre por muy enamorado que esté, si no tiene sus necesidades cubiertas, le dará igual una guapa o una fea para matar el gusanillo. Una mujer, en cambio, no se va con cualquiera por muy desesperada que esté.

Me encontraba yo el otro día en la Sierra de las Nieves en este punto de mis reflexiones, cuando observé como se acercaban unos jóvenes que, en vez de contemplar la belleza del paisaje, no paraban de mirar sus móviles y de mandar mensajes. Aquella realidad me dejó perplejo por unos instantes. Llegué a la conclusión de que las nuevas generaciones serán incapaces de satisfacer plenamente a sus parejas en el futuro. Sus dedos están hechos para mandar SMS y desconocen los masajes clitorianos. Incluso, los imagino levantándose en pleno acto sexual, para ver si alguien les ha escrito algo en el Facebook. No me extrañaría que en los tiempos venideros, las compañías que se dedican al tema de la infidelidad coticen al alza en  la bolsa.

En el confín, apareció el Torrecilla, gran diamante del país malagueño, todo cubierto de blanca nieve. Las aguas gemían en los ríos cercanos y los árboles se alargaban esbeltos y puntiagudos hacia el cielo. Esa bóveda celestial a la que debemos llevar a nuestra pareja y, en caso contrario, dejarla marchar para siempre. No se puede ser el perro del hortelano toda la vida. El matrimonio aleja de ese gustodivino por el disfrute en pareja. Ciertamente, hay algo mucho peor que ser infiel a la otra persona, que es serlo con nosotros mismos. Dejen de engañarse y, sobre todo, dejen de hacerse pajas de una puñetera vez.

Dedicado a mi buen amigo Tony en homenaje a su recobrada libertad.

Sergio Calle Llorens



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