martes, 5 de marzo de 2013

MASTER AND COMMANDER


La invernada llegó a Londres de improviso y no tuve otra opción que meterme en el cine a ver una película en la que había participado como figurante; Master and Commander. En una de sus escenas, el capitán de la fragata Enterprise dice; “Estamos en el extremo del mundo, pero este barco es Inglaterra. Hoy vamos a luchar por ella”. Y ya les digo que lucharon. Los británicos, como dijo Russel Crowe al acudir al estreno de la película que había protagonizado, afirmó que los ingleses salían del cine dos palmos más altos.

Meses después de sacudirme la nieve inglesa, leí una crónica española sobre el largometraje; decía que era una obra maestra pero que las proclamas patrióticas sobraban. Como era evidente, el crítico no había entendido ni una palabra de lo que significaba la pelí. Un trabajo que va de cómo los británicos apostaron por  la carta del mar para ganar el mundo. Ellos que no se doblegaron ante nada ni ante nadie. Y cuando les daban matarile, pues dejaban de escribir del tema para que nadie pudiera afirmar que habían tenido su Trafalgar. Pero los tuvieron en Cartagena de Indias con nuestro Blas de Lezo, o en los Estados Unidos con mi paisano Bernardo de Gálvez.

La diferencia entre los dos pueblos es que los españoles somos tan ruines que no sólo nos avergonzamos de nuestras derrotas, sino también de nuestras victorias. Ahí tienen lo que ocurrió con las Aventuras del Capitán Alatriste en la gala de los Goya. Afortunadamente, el genial aragonés era ciego y no pudo ver lo que hacen los del cine con los galardones que llevan su nombre. Dar un premio a algo que suene a militar, a historia de España común, suena a facha, a retrogrado. Y destacar películas hechas durante el franquismo como “Los últimos de Filipinas” es un crimen que, según las mentes progresistas, debería estar penado en el ordenamiento jurídico español.

He visto esa escena en la que el Capitán  Aubrey levanta a la marinería para combatir al enemigo en aquel lejano lugar. He intentado reflexionar sobre si en España todavía queda gente que estaría dispuesta a defender un barco español hasta la última gota de su sangre. Por honor, por patriotismo, por orgullo. Tal vez, esas sean palabras vacías a estas alturas de nuestra historia. Quizá, si un capitán dijera aquello estamos en el otro extremo del mundo pero este barco es España. Hoy vamos a luchar por ella. Alguien se levantaría para preguntar si las órdenes se iban a dar en español fascista o en castellano. Y otro pediría el tres por ciento por participar, e incluso algún vasco irredento exigiría un cupo de soldados menor para la lucha. ¡Vaya usted a saber!

Me produce una enorme tristeza contemplar el momento tan grave por el que pasa España; la monarquía tambaleándose, la democracia en riesgo, Cataluña al borde de la secesión, la casta política mirando para otro lado, los sindicatos trincando y la gente emigrando. Todo ha venido como consecuencia de nuestra estupidez. Le hemos rezado a un Dios cruel que siempre pasó de todos nosotros. Hemos apostado por las cartas equivocadas. No hemos tenido el talento de entender que los españoles no necesitamos enemigos fuera pues nos bastamos nosotros solitos. Como se pregunta Don Diego Alatriste; por qué será que siempre terminamos matándonos entre nosotros.

Ayer mismo volví a ver la película y al contemplar la escena una vez más, volví a hacerme esa pregunta. Pensé que ya sólo queda ver como el barco español se hunde definitivamente en el fondo del mar. Ya no quedan valientes. Luego, pude verme de nuevo en acción en la fragata Acheron abordando la Enterprise, muriendo con la espada en la mano no sin antes haber mandado al infierno a varios hijos de la pérfida Albión. 

Sergio Calle Llorens

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