martes, 12 de marzo de 2013

EL SECRETO




No sé si por deformación profesional o por alguna otra razón que no llego a entender del todo, siempre me he guiado por los sonidos más extraños. En el campo puede ser el canto de un grillo o el ulular del viento golpeando contra los ventanales del viejo caserón. Creo que los seres humanos hemos aprendido a imitar todos los sonidos de la naturaleza haciendo música, la misma que salía de ese viejo piano en aquel día de primavera. Era tarde y cenaba solo, como casi siempre. Los sonidos del restaurante eran variados y típicos de una velada donde las parejas se hacían confesiones al oído. Yo apuraba un vino sentado a mi mesa mientras trataba de captar la atención de mi mujer deseada. Era joven, pelirroja y tenía unos labios carnosos que captaron mi atención desde el principio. Nunca había hablado con ella, ni pensaba hacerlo jamás. Yo sólo quería poseerla. Sabía que sólo conmigo ella podría llegar a hacer realidad sus anhelos prohibidos. Puede que suene pretencioso pero lo cierto es que somos pocos los hombres que vemos con una mirada, otros, la mayoría en cambio, siguen sin poder distinguir las señales que manda una mujer. En mi  caso, ella los lanzaba sin poder evitarlo. Sus miradas furtivas, su  juego de piernas, sus silencios y su eterna manía de atusarse el pelo me conducían a una sola conclusión. Yo lo sabía, y ella sabía que yo lo sabía.

Todo empezó cuando la vi entrar sola en un cine. Vestía un traje blanco muy ceñido a juego con un bolso. Por un momento pensé que ella venía acompañada. Se sentó en una esquina y sin pensármelo dos veces me senté cerca. Fue la primera vez que la tuve cerca. La oí reír. Creo que fue al final cuando la magia del cine llegó a su final y se encendieron las luces cuando ella pasó junto a mí. La atraje hacia mi cuerpo y ella se estremeció, pero pudo más su temor y salió de aquel cine azorada. La seguí por las callejuelas estrechas del centro. No me dejé ver hasta que ella volvió la cabeza y me sorprendió. Su cara mostraba deseo y temor. Desde entonces ambos nos convertimos en una obsesión, en un enigma que tarde o temprano tenía que ser desvelado. Al día siguiente volví a seguirla hasta unos grandes almacenes donde fue acompañado de su hombre. Entró en unos probadores y justo cuando entró en uno, yo aproveché para colarme en el probador de al lado. Oí como caía su falda y sin dudarlo introduje una nota por debajo. Ella la cogió y me tomó la mano. Mi plan comenzaba a tener resultado. Horas más tarde, sonó el teléfono. Paré a Elvis justo cuando comenzaba a entonar su little sister en su concierto en vivo de 1968. Era ella, y sin dejarle tiempo a que me dijera nada, le ordené que siguiera mis instrucciones para el día siguiente. No le di opción a que protestara y colgué el teléfono. Dejé que el chico de Tupelo siguiera reinando en la noche. Me sentí el hombre más afortunado. Sabía que me estaba aprovechando de la torpeza de otros hombres, de lo poco que escuchan, de lo insensibles que son a veces, para conquistar el alma de sus mujeres. Llegó puntual y abrió la puerta con torpeza. Dejó caer su abrigo y me buscó en la oscuridad. Cumplió mis instrucciones a raja tabla, nada de luces, nada de conversación. Tan sólo debía sentarse en una silla que encontraría en el centro de la habitación….. vacía.


Se sentó y me incorporé de mi escondite. Ella me buscaba pero yo me movía de esquina a esquina sin acercarme a mi objetivo. Ella suspiraba nerviosa hasta que me arrastré hacia ella. Si había cumplido con mis órdenes, llevaría unos zapatos rojos y unas medias negras hasta los muslos. Mis dedos comenzaron el viaje mientras ella se estremecía y trataba de atraerme hacia ella. Uno de mis dedos se adentró en su sexo como herramienta experta y adoptó la posición correcta para alcanzar su punto g. Ella lo había intuido siempre pero hasta ese momento no fue plenamente consciente de su existencia. Dar placer a una mujer es igual que cortar una viña, que puedes hacerlo de tres maneras diferentes: Se puede hacer para el presente, lo cual es bien poca cosa, para el pasado, que es una pérdida de tiempo y para el futuro, que es lo inteligente. La pelirroja no olvidaría nunca mi forma de llevarla al paraíso. Mis caricias se centraron también en uno de sus pezones. Así  con sólo dos dedos pude hacer que su cuerpo danzara sin freno, hasta que su cuerpo sufrió una sacudida indescriptible. 




Entonces le abrí los muslos y mis labios accedieron a la cueva de sus secretos. Succionaba con gusto y bebía su néctar prohibido. Ella no paró de gemir y  de decirme gracias hasta que un nuevo orgasmo la hizo caer de la silla. No lo dudé y la tomé con fuerza contra la pared. Había llegado el momento de penetrarla por detrás, aun sabiendo que aquello no le gustaría en un principio, pero debía mostrarle el camino de su propio placer, la vereda de su propia felicidad. Fue una penetración intensa y robusta. En un principio me moví en círculos para que se acostumbrara al tamaño de mi miembro, hasta que alcancé el ritmo desenfrenado que ella necesitaba. Fueron 15 minutos en los que su punto G fue alcanzado por mis furiosas acometidas. Ella aullaba de placer y yo de satisfacción. Mis ojos que ya se habían acostumbrado a la oscuridad pudieron ver unas nalgas generosas y prietas. Combinaba cachetes con fuertes tirones de pelo hasta que un orgasmo múltiple sacudió todo su cuerpo y cayó rendida al suelo. La levanté y seguí con aquello hasta que me sacié; Quién eres, parecían decir sus ojos. Sabes quien soy, y mientras decía esto le di un papel con las nuevas instrucciones para que cada cierto tiempo acudiera al lavabo de señoras donde iba a tomarla de nuevo, ahora esperaba la cena. Ella con su ridículo marido, yo en mi soledad buscada, desde donde podía observarla. Creo que su mirada me pedía más y más. En ella yo podía leer sus ansías de que la hiciera mía de nuevo, pero también la imposibilidad de comprender quien era yo realmente. Le eché una última mirada mientras apuraba el postre, y pagué la cuenta para desaparecer del restaurante del hotel donde había tenido lugar nuestro primer encuentro. Pasé justo a la ventana donde la pelirroja me pedía que volviera. Pero no la miré.

 Era necesario para ejecutar la segunda parte de mi plan que ella sintiera el vacío de mi ausencia. Que sufriera por la posibilidad de que yo jamás regresaría para amarla. Supe que ella sufría cuando crucé al otro lado de la acera y me perdí entre las sombras. Recuerdo que llovía en aquella noche de primavera. Sentí como las gotas me alcanzaban tímidamente. Tenía una sensación de triunfo que contrastaba con la sensación fugitiva y huidiza de la noche acuosa. Era una lluvia instalada sobre la tierra que parece caer a horas fijas en estas tierras. El cielo se había puesto iracundo y febril en mi primera noche de amor con la pelirroja. No había metáfora mejor para lo que habíamos vivido juntos. Me sentía el hombre más afortunado del mundo mientras aquellos chubascos ruidosos se abrían paso hacia la extasiada soledad y luz tibia del mar. Aligeré el paso cuando mis pensamientos se centraron en nuestra discordante y absurda existencia, donde todo lo bello ha sido creado por la naturaleza;  como aquella mujer de piel blanca y labios carnosos, como la diosa noctiluca, como los bosques o como los ríos en su viaje eterno hacia la profundidad de los valles. Pensé en lo inútil de la vida si no se tiene mi esencia, la esencia de la noche salvaje encarnada.

                                
Pasaron tres días  cuando una nueva nota arribó a sus manos: Las nuevas instrucciones. Quién era yo seguía preguntándose. Mi amiga no llegaba a  comprender la naturaleza de mi propia esencia. Tal vez tú puedas leer entre líneas y decirme quien soy yo realmente. Pero si quieres que el velo de Isis se aparte para que puedas comprenderlo realmente, adéntrate en el bosque a la hora del crepúsculo y camina hacia delante, si eres lista y quieres ver mi verdadero rostro, prosigue el camino. Seré yo el que me muestre a ti. Hasta ese momento lamento que sigas dormida en ese mundo al que los humanos llamáis realidad. Entonces no tendré más remedio que visitarte cada noche en tus sueños ocultos.

Sergio Calle Llorens


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