Uno de los consejos que me dio mi padre antes de morir fue
que no hay que depender de nadie, pues cuando llega la oscuridad hasta nuestra
sombra nos abandona. Algo que creo que todos hemos experimentado en carne
propia. La luz de mi memoria proyecta sobre el mediterráneo alguno de esos sinsabores
que me dejaron sin sombra. Cuando eso ha acontecido, busco la mar como un hijo
a la madre. La mar establece mi posición en el mundo de una forma precisa; mi
más absoluta insignificancia.
He repetido esta escena en mi patria salada; desde Denia
pasando por Valencia o por Ibiza. Un mediterráneo que me da la verdadera medida
de mi altura en este mundo. Esas olas golpeando contra las rocas, esa playa que
espera ser besada por sus aguas en un abrazo eterno y sin igual. Una mar sabia
cuya sonrisa es innumerable. Te acoge, te señala, te olvida, te sacude y te
pone en tu sitio. La quietud, el rumor de las olas, la lluvia cayendo en la
declinación ideal del crepúsculo. En Sicilia, en Málaga o en Barcelona siempre
es la misma estampa, el mismo sentimiento de pequeñez.
Miro al mar tanto como puedo o me dejan, para tratar de ver
en qué consiste ese enigma del que he hablado en español, en catalán o en
italiano; La mar es un tesoro que nos recuerda que antes de nosotros, también
lucharon y sufrieron en él. Algunos perdieron la vida allí. Playas rojas como
minúsculas lenguas de fuego. Colores turquesas, brisa marina que susurra que
todos pertenecemos a una cultura añeja que acoge al forastero que no es más que
un amigo al que todavía has de conocer.
Nuestra primera mirada, el paisaje de nuestros desvelos que
busca en la mar una torre vigía que nos guíe por ese azaroso océano que es la
vida. En esa mirada, el viento silba que no tiene solución para nosotros, que
nunca la tuvo. Aún así, la simple contemplación de esas playas nos hace
respirar más calmados. El mediterráneo no es una respuesta, es una actitud ante
la vida. El mediterráneo es un vaso de
vino en la taberna del puerto. El mediterráneo es el silencio de nuestra
conciencia. El mediterráneo es nuestro dolor hecho olas. Nuestra mar es, por
tanto, el libro antiguo que nos explica. Sin el mediterráneo no hay nada. Junto
a él, la sombra que nos abandona en la oscuridad, parece querer volver para
contemplar a nuestra vera, la estampa inigualable de la patria salada. En ese placer resuenan los
versos de un poeta malagueño:
Las barcas de
dos en dos
Como sandalias
de viento
Puestas a secar
el sol
Yo y mi sombra,
ángulo recto
Yo y mi sombra,
libro abierto
Sobre la arena
tendido
Como despojo de
mar
Se encuentra un
niño dormido
Yo y mi sombra,
ángulo recto
Yo y mi sombra,
libro abierto
Y más allá
pescadores
Tirando de las
maromas
Amarillas y
saladas
A la recerça de l’amor, de la llum, de la bellesa y del
conoixement. Mediterrani.
Sergio Calle Llorens
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