martes, 12 de marzo de 2013

MEDITERRÁNEO


Uno de los consejos que me dio mi padre antes de morir fue que no hay que depender de nadie, pues cuando llega la oscuridad hasta nuestra sombra nos abandona. Algo que creo que todos hemos experimentado en carne propia. La luz de mi memoria proyecta sobre el mediterráneo alguno de esos sinsabores que me dejaron sin sombra. Cuando eso ha acontecido, busco la mar como un hijo a la madre. La mar establece mi posición en el mundo de una forma precisa; mi más absoluta insignificancia.

He repetido esta escena en mi patria salada; desde Denia pasando por Valencia o por Ibiza. Un mediterráneo que me da la verdadera medida de mi altura en este mundo. Esas olas golpeando contra las rocas, esa playa que espera ser besada por sus aguas en un abrazo eterno y sin igual. Una mar sabia cuya sonrisa es innumerable. Te acoge, te señala, te olvida, te sacude y te pone en tu sitio. La quietud, el rumor de las olas, la lluvia cayendo en la declinación ideal del crepúsculo. En Sicilia, en Málaga o en Barcelona siempre es la misma estampa, el mismo sentimiento de pequeñez.



Miro al mar tanto como puedo o me dejan, para tratar de ver en qué consiste ese enigma del que he hablado en español, en catalán o en italiano; La mar es un tesoro que nos recuerda que antes de nosotros, también lucharon y sufrieron en él. Algunos perdieron la vida allí. Playas rojas como minúsculas lenguas de fuego. Colores turquesas, brisa marina que susurra que todos pertenecemos a una cultura añeja que acoge al forastero que no es más que un amigo al que todavía has de conocer.

Nuestra primera mirada, el paisaje de nuestros desvelos que busca en la mar una torre vigía que nos guíe por ese azaroso océano que es la vida. En esa mirada, el viento silba que no tiene solución para nosotros, que nunca la tuvo. Aún así, la simple contemplación de esas playas nos hace respirar más calmados. El mediterráneo no es una respuesta, es una actitud ante la vida. El mediterráneo es un  vaso de vino en la taberna del puerto. El mediterráneo es el silencio de nuestra conciencia. El mediterráneo es nuestro dolor hecho olas. Nuestra mar es, por tanto, el libro antiguo que nos explica. Sin el mediterráneo no hay nada. Junto a él, la sombra que nos abandona en la oscuridad, parece querer volver para contemplar a nuestra vera, la estampa inigualable de la  patria salada. En ese placer resuenan los versos de un poeta malagueño:

      Las barcas de dos en dos
      Como sandalias de viento
      Puestas a secar el sol

     Yo y mi sombra, ángulo recto
     Yo y mi sombra, libro abierto

     Sobre la arena tendido
     Como despojo de mar
     Se encuentra un niño dormido

    Yo y mi sombra, ángulo recto
    Yo y mi sombra, libro abierto

    Y más allá pescadores
     Tirando de las maromas
    Amarillas y saladas


A la recerça de l’amor, de la llum, de la bellesa y del conoixement. Mediterrani.

Sergio Calle Llorens

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