Los cómics
de Corto Maltés son mapas de un mundo que ya no existe o que, quizás, nunca
existió fuera del papel y la tinta de Hugo Pratt. Las Célticas es
una de esas obras que nos atrapan en su atmósfera de libertad, de destinos
inciertos y de mares abiertos, con un protagonista que, más que un héroe, es un
hombre errante, cansado pero incapaz de abandonar su vagabundeo por la historia
y la geografía.
Porque Corto
Maltés nunca ha sido un héroe al uso. No busca gloria ni medallas. No es un
patriota, ni un hombre de causa. Es, en todo caso, un espectador que a
veces interviene, pero sin la certeza de que su intervención cambie realmente
el curso de los acontecimientos. En Las Célticas, como en el resto de
su periplo, se mueve entre espías, revolucionarios y soñadores, sin
comprometerse del todo con ninguno, pero sintiendo siempre la llamada de la
libertad, el único principio que parece regir su vida.
Irlanda es el escenario de algunas de las
historias más evocadoras del álbum, y es allí donde el espíritu de Corto se
encuentra con la lucha por la independencia, con personajes que, a diferencia
de él, han elegido un bando y están dispuestos a morir por él. Pero la suya es
una guerra en la que el romanticismo y la tragedia se entrelazan, en la que la
certeza de la derrota no impide seguir luchando. Corto observa, comprende,
ayuda cuando cree necesario, pero siempre con la melancolía de quien sabe que
la Historia devora a los soñadores.
El viento
sopla sobre los verdes campos irlandeses, y la lluvia golpea las piedras
antiguas de un país que carga con siglos de dolor y resistencia. En este
escenario de fábulas y leyendas, Corto se cruza con figuras que encarnan la pasión y el
sacrificio, con ideales que le recuerdan que, aunque él mismo prefiera no
atarse a banderas ni fronteras, hay quienes encuentran sentido en esa entrega
absoluta. En Irlanda, los cuentos de hadas y la pólvora conviven, y la poesía
de Yeats se mezcla con el sonido de las balas en la noche.
El mar,
eterno compañero de Corto, está presente como un recordatorio de lo inabarcable. Representa la
única patria que realmente tiene, el refugio donde siempre puede volver cuando
la tierra firme se vuelve demasiado estrecha, demasiado llena de promesas
rotas. En Las Célticas, como en todas sus historias, el mar es un
personaje más: a veces tempestuoso, a veces plácido, pero siempre invitando a
seguir adelante, a buscar nuevas costas donde tal vez no haya respuestas, pero
sí nuevas preguntas.
El mar no
es solo una vía de escape, sino también un símbolo de su esencia errante. A diferencia de quienes luchan por
una causa o por un país, Corto pertenece al agua y a su eterna incertidumbre.
Como un marinero de otros tiempos, como un Ulises moderno, navega sin prisas y
sin rumbo fijo, guiado más por el azar y la intuición que por mapas o brújulas.
En sus viajes, encuentra historias y destinos cruzados, como si el océano fuese
un gigantesco escenario en el que la Historia y el mito se entrelazan una y
otra vez.
Corto
Maltés, con su media sonrisa irónica y su aire de hombre que ya ha visto
demasiado, es el arquetipo del héroe cansado. No es que haya renunciado a los ideales, sino que ha
aprendido a vivir sin certezas absolutas. En un mundo que se desmorona y se
reconstruye a cada paso, él elige el camino de la duda, de la independencia,
del viento en la cara y la brújula sin norte fijo.
Es un
personaje que encarna la nostalgia de lo que nunca fue, de un tiempo perdido
que quizás nunca existió más allá de los relatos que contamos. Es un hombre que
camina por la frontera entre la realidad y la leyenda, entre la historia y la
ficción, sin pertenecer del todo a ninguna de ellas. Su cansancio no es solo
físico, sino también espiritual, el peso de haber visto demasiado y de saber
que, por mucho que el mundo cambie, las pasiones humanas siguen siendo las
mismas: la ambición, la traición, el deseo de libertad y la eterna búsqueda de
algo inalcanzable.
Las
Célticas es,
en definitiva, una carta de amor a esa libertad que no está en las banderas ni
en los discursos, sino en la elección de cada uno de ser quien quiere ser,
aunque eso implique navegar sin puerto fijo. Y quizás, en el fondo, todos quisiéramos tener un
poco de esa brisa marina en nuestras vidas, un poco de ese espíritu de Corto,
errante y libre hasta el final.
Las
viñetas de Hugo Pratt nos invitan a soñar con un mundo donde el horizonte nunca
es el final, donde
siempre hay una nueva aventura esperándonos al otro lado del océano. Y en cada
página de Las Célticas, sentimos ese anhelo de lo desconocido, de
la historia aún por contar, de la libertad que solo aquellos que no pertenecen
a ningún sitio pueden conocer realmente. Corto Maltés no es solo un
personaje: es un susurro en el viento, una sombra en el puerto al amanecer,
un recuerdo de lo que significa ser verdaderamente libre.
Sergio Calle
Llorens
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