domingo, 25 de julio de 2021

¡PASEO ECOLÓGICO!

 



El Paseo ecológico de los Rubios es ideal para poner un paso y después otro. Una extensión de tres kilómetros que se une a los otros paseos del municipio. Este lugar es un espacio verde que le da la mano al Parque de la Serrezuela. Aquí los paseantes encontramos nuevas maneras de explorar el municipio al tiempo que contemplamos unas playas cubiertas de arena blanquita, o de verde intenso por la cantidad de plantas endémicas que reinan sin mucho esfuerzo. El que viene a disfrutar de estas vistas debe respetar unas básicas normas si no quiere tener un encuentro desagradable con aquellos que aspiramos a que este enclave natural no pierda ni un ápice de su encanto. El Paseo, por cierto, carece de cemento y la naturaleza señorea o, al menos, hasta que llegaron los dueños de los perritos que se creen en el derecho de pasear a sus canes por estas orillas pese a la prohibición expresa contraria a esta práctica. El otro día, sin ir más lejos, aproveché el paseo para refrescarme en las aguas del Mediterráneo cuando una bella señorita llegó con un perrito. Le comenté que en el Rincón de la Victoria hay una playa acondicionada para ese tipo de animales pero que en la Playa de los Rubios está, como acampar, terminantemente prohibido.

 Desgraciadamente, la mujer no hizo caso de mis indicaciones y siguió lanzando la pelotita al chucho que, entre captura y captura, tuvo tiempo de orinarse en las cercanías de mi toalla. De nada importaron mis quejas, ni mis ruegos desesperados para respetar la normativa ciudadana que alude a los dichosos perritos. La muchacha se mostró inflexible alegando que hay animales de cuatro patas que son más sucios que los de dos. Un argumento incontestable, pero qué de llevarlo a la práctica en todas las situaciones, yo podría llevar a mi mascota, pese a la prohibición a no ser que fuese un perro lazarillo, a darle un paseo en autobús o a la biblioteca para que me hiciera compañía en mis ratos de lectura.  

Esto de igualar a perros con seres humanos está de moda por lo que huelga decir que, aunque no pare de quejarme, terminé yo mismo lanzando la pelotita al agua para que Lucía, que así se hacía llamar al setter, se alejase de mis dominios.  Un completo desastre que me amargó un poco el paseo y el baño matutino. El lector se estará preguntando por la razón por la que no llamé a la policía para denunciar la infracción. La respuesta es simple; durante la discusión me di cuenta, básicamente por la espuma que echaba por la boca al ladrar, que la dueña de Lucía no había sido vacunada de la rabia.

¡Ladran, luego nos jodemos!

Sergio Calle Llorens


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