martes, 8 de diciembre de 2020

¡LA CARTA!

 


 

Degusto un borgoña y mi mirada se queda prendida de las llamas que parecen danzar en mi saloncito repleto de libros, manuscritos y legajos. Al tomar uno de ellos, una vieja carta de un antiguo amor cae al suelo.  La remitente es una mujer cuyo cuerpo alfombra la calle de un camposanto junto al mar. Creo que ella me amó de tal manera que me hizo sentir todo el peso de la soledad. Fue en mis tiempos universitarios. Luego la vida la trajo al puerto de mi vida en el que anclé mi nave durante algún tiempo. Antes de partir descubrí que ella me engañaba con otros, y a su marido lo engañaba conmigo. No hay motivo para hacerse el ofendido por algo tan natural como el poliamor.

 Para olvidarme de aquello, surqué los mares con mi propia bandera. Siempre volvía la mirada hacia el sur donde residía en compañía de su esposo. Creo que a un hombre siempre le queda el maravilloso recurso de la memoria cuando le falla la esperanza. Pero a mí ya no tengo ni memoria, ni mucho menos expectativas. Después de todo, perro viejo no aprende trucos nuevos.  

Tomo la carta en mis manos y me la llevo a la nariz. A pesar del tiempo trascurrido, reconozco su perfume a dama de noche. Mi rostro empalidece para emparentar con el de un cadáver.  Me viene a la memoria que me debía una explicación por sus continuas y extrañas desapariciones. Dudo. Nunca se me ocurrió pensar que tendría que enfrentarme de nuevo al rescoldo del desamor.

 Abrumado, dejó la carta en la mesa y me abandono al desconcierto. Me digo que hay cartas muy cortas que, para entenderlas como merecen, necesitan una vida muy larga, pero a mí no me queda mucho tiempo. Pienso que las hojas del calendario han ido pasando y yo ya no soy el muchacho que fui. Ni ella es ya nada más que un borroso y doloroso recuerdo. Rasgo el sobre y, tras ojear por encima el contenido de la misiva, arrojo la carta a la chimenea.  Las llamas envuelven la penumbra de un pasado que dejó de existir hace demasiado tiempo. De improviso, la letra gótica escrita por una persona que sólo existe en el recuerdo, se va quemando hasta convertirse en ceniza. Creo vislumbrar un te quiero al final de la carta.  Sonrío tristemente al lanzar un beso al fuego. Las luces y las sombras bailan apretadas por el salón al ritmo de un blues al tiempo que de mi boca surgen unos versos en francés:

En silence

Je prends congé

De toi

Et je mets

Toutes les fleurs

Du monde

Sur ta tombe

En silence

Je t’ai enterré

Dans mon coeur

Pour toujours

En silence

Avec seulement

La bruit

Du vent

Des arbres

Des branches

Je ne bouge pas

Et c’est toi

Seulement toi

Qui sais

Qué j’étais lá.

Cuando termino de recitar, un inmenso trueno retumba en el exterior. Es el punto de partida para el final de una historia que había arrastrado durante demasiadas lunas. Una historia en la que nunca viajamos a Bélgica como prometimos hacer. Un guión en el que jamás tuvimos Paris como los personajes de Casablanca y, como muy bien decía la chica de ayer  en aquella vieja postal que sí conservo: “there are two sides to every story”. La suya no la conoceré nunca.

¡Que ella sepa perdonarme!

Sergio Calle Llorens

 


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