Me acaricia un tierno viento de levante al escribir estas líneas. Debería estar en la cama, pero también debería pasar del frío y tengo el balcón abierto para oír al arrullo del Mediterráneo de madrugada. De la patria salada me llega el sonido de mi barco hundiéndose. Esta vez no llego ni a la isla de los Naufragios. Ese islote que yo imaginé para mi novela Misterio en Maro. No tengo frío. No tengo esperanza. No tengo nada. Me subo al tren del pretérito que para en la estación del desencanto.
Al viajar en el tiempo, pienso en aquella
frase que solía repetirme de jovencito: :
“as long as we have each other, everything else is background noise”. Pero aquello duró lo que un helado en una calurosa
tarde de verano. Ahora sé que no soy el protagonista de su vida- tal vez ni
siquiera lo sea de la mía- pero he sido un secundario agradecido que he podido
hacer una larga carrera y la galopada, lejos de acabarse, volvió en el mes de
mi aniversario. Muchas lunas después. Creo que ese tiempo suma millones de
horas, de pleamares y de lágrimas de sal. La misma ilusión, el mismo dolor
y la misma cara de zangolotino cuando descubro que he vuelto a tropezar en la
misma piedra. Un traspié acompañado por la banda sonora de nuestras vidas. La
música que ha acompañado mi derrota sentimental.:
Reflexionando
sobre ello acudo a mi colección de vinilos. Pinchar música no terminará
pinchando el globo del desamor, más bien al contrario. Pero creo que
merezco sentir este dolor por crédulo y por idiota. Puestos a sufrir, prefiero el original de un
disco y no el sonido de CD que, aunque muchos no lo sepan, es la codificación y
descodificación de un código binario. Y, por tanto, no es un sonido original.
La letra de la canción que suena en mi gramola parece hablar de mí. Las olas
rizadas parecen reírse de un servidor. Hasta la luna aterciopelada se atreve
a hacerme una mueca burlona. Ni el misterioso mochuelo es partidario de
respetar el minuto de silencio en honor a mi corazón. La música me hunde en un
mar llamado desengaño y, mientras más me hundo, menos ganas tengo de seguir
nadando en las aguas turbias de la derrota. Bebo más vino y mis parpados
parecen estar cargados de piedras catedralicias. Pero ni con los ojos cerrados
consigo alejar este descacharrante momento de tristeza infinita. La vida,
queridos amigos, nunca te manda la menor señal de que quizás estés viviendo
un momento único en tu vida. Bueno, yo he vivido tres como en la Divina
Comedia: El cielo, el purgatorio y el infierno. Y todo porque a un servidor
se le ocurrió caer en la red de una mujer como esa que ahora tiran los
pescadores en estas aguas de la Axarquía malagueña. Necesitaría un abrazo esta
madrugada, pero no para sentir el amor de nuevo, sino para ocultar las
lágrimas.
El día en
esta orilla del Mediterráneo terminó estrellado, pero no de luceros sino de accidentes
emocionales. Que sentimiento más lúgubre disfrutar de estas mágicas alboradas con la única compañía de mi respiración
profunda.
Sergio Calle
Llorens
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