miércoles, 27 de junio de 2012

TERRITORIOS LIBRES

Sabido es que a quien madruga Dios le ayuda, pero las demandas de los ciudadanos honrados a la Junta de Andalucía, son como pedir una beca al mismísimo Lucifer. Y es que ya no queda nada en las arcas públicas, porque se lo gastaron todo en familiares, polvos, también blancos, canales abyectos, publicidad institucional y obras faraónicas. Las casualidades andaluzas no son las cicatrices del destino, porque no hay casualidades. Somos títeres de nuestra inconciencia por haber dejado que nos gobierne tres décadas, ese plantel de damas con la virtud en alquiler llamado PSOE. Yo advertí al personal del peligro, pero convencerles es tan difícil que evangelizar a los monos de Gibraltar. Por eso, decidí poner distancia física y psíquica con esas tierras del sur.

 Después de todo, Andalucía no es una región, sino una enfermedad incurable. Una decepción que no honra a quien la inspira. Una cárcel que encierra a las mentes brillantes. Un lugar donde no hay segundas oportunidades, excepto para el remordimiento y los enchufados de carnet. Un odio común a la palabra dada. Un no conseguir eterno por no intentarlo. En definitiva, la taifa andaluza es el paraíso de los sinvergüenzas y el infierno de los emprendedores.

 Cada mañana me desayuno con las noticias de la prensa digital y aunque cada decisión del gobierno regional me inspira una crítica, ya no siento la misma necesidad de plasmarlo sobre el papel. Es más, las miradas de alcantarilla y los animales rosados que nos dirigen, han pasado a un segundo plano en mis pensamientos. Ya no me importa tanto que el sur viva envuelto en un manto de oscuridad perpetuo. Solo que a veces, el cuerpo me pide tirar alpiste, en vez de arroz, en la boda andaluza para que el asunto termine como “Los Pájaros ” de Hitchcock.

 La espera es el óxido del alma, y yo no quería seguir aguardando. El destino suele estar siempre a la vuelta de la esquina. Como si fuese una pata de jamón, una zorra o un billete de lotería: sus tres representaciones más recurrentes, pero lo que no hace es visitas a domicilio. Hay que ir a por él, algo que el andaluz medio no parece comprender. Por eso entiendo que estos artículos son el mejor par de guantes que jamás se le haya regalado a un manco, perdonen mi falta de modestia. Incluso, hasta donde me llega la perspicacia, pueden servir de guía a otros desencantados, pero no por ello pienso ligar mi destino a esa taifa sin esperanza.

 Mi futuro es un territorio libre, donde pueda ejercer la crítica sin que mi apellido catalán suponga un problema. Un lugar en el que por defender a España no constituya la acusación de fascista por parte de los tasadores de fachas oficiales, o el que publique mis trabajos en un diario digital de Sevilla no sea considerado un acto de lesa traición para con Málaga. Algo que, por cierto, me ha supuesto en el último año insultos variopintos. Por eso, empujo mi nave hacia la mar buscando la paz y el sosiego. Un mar mediterráneo con miles de tonalidades turquesas en cuyas aguas puedo leer mi destino; territorios libres.

Sergio Calle Llorens

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