domingo, 18 de septiembre de 2011

LA CONQUISTA DE DINAMARCA



Cuando se han cumplido dos siglos de la guerra que los españoles libraron contra los ejércitos de Napoleón, muy poco queda ya por añadir a las hazañas protagonizadas por nuestros compatriotas en aquellos momentos difíciles. El acontecimiento ha merecido la publicación de innumerables títulos sobre nuestra guerra de la independencia, en los que se ha destacado el heroísmo del pueblo español. El primero en levantarse en armas contra el corso, librando la primera guerra de guerrillas de la historia. Con ello, los españoles mostraron al mundo que era posible luchar y vencer al Emperador de los franceses, tanto en las calles como en los campos de batalla. Héroes anónimos que lucharon por toda una nación, al verse traicionados por sus antiguos aliados, protagonizando una lucha sin cuartel que ha quedado retratada en los lienzos del genial Goya. La lista de héroes es amplia: Pedro Velarde y Luís Daoíz resistiendo y muriendo por España en la parque de artillería de Monteleón, el pueblo llano de Madrid que vendía caro su pellejo y se enfrentaba en sus calles al entonces mejor ejército del mundo, los guerrilleros indomables que no dieron nunca cuartel al enemigo, Agustina de Aragón, los soldados de Bailen, los defensores de Astorga. Entonces qué podría añadir yo a esta lista interminable de héroes en este trabajo sobre ilustres personajes de nuestra nación. Durante días reflexioné sobre el tema, y he de reconocer que estuve tentado de cubrir con un tupido velo- lo cual no habría sido justo- aquella maldita guerra, y entonces recordé un episodio histórico protagonizado por nuestros soldados en el reino de Dinamarca, del que muy poco se sabe, al menos aquí, porque el desconocimiento hispano sobre aquella conquista pacífica del pequeño país escandinavo, contrasta con las celebraciones que los nórdicos dedicaron a tal acontecimiento. A muchos españoles les sorprendería la admiración que los daneses muestran hoy por aquellos bravos soldados, que dicho sea de paso, dejaron una huella indeleble en muchos aspectos de la vida cultural y social de aquel país. Dinamarca organiza cada año seminarios y conferencias sobre el episodio, e incluso no son pocos los que presumen de ser descendientes de nuestros soldados. Por eso, investigué sobre el Marqués de La Romana y sus hombres, cuya historia merece ser contada, porque como dicen en Dinamarca, la historia no es patrimonio de unos cuantos, sino de todos. Ojala hagan suya la historia que les relato a continuación.


Europa en 1807



Aquel año, Europa era escenario de un gran conflicto. Napoleón trataba, como un siglo más tarde hiciera Hitler, de apoderarse del viejo continente. Un año antes, sus ejércitos habían sufrido grandes bajas en la batalla de Preusch-Eylav durante la campaña que llevaba a cabo en Polonia. Napoleón pidió ayuda a España, ya que desde 1796, mediante el tratado de San Ildefonso, nuestro país se había aliado con Francia. El artículo quinto era la base para solicitar la ayuda española. El corso exigió a Godoy que mandara la división que se encontraba en La Toscana y Parma, es decir, la región que formaba el Reino de Etruria, por entonces regentado por María Luisa, hija del monarca español. A nadie se le escapaba que lo que Napoleón tenía en mente era obtener el control absoluto del nuevo reino. Carlos IV a pesar de conocer las intenciones del corso, accedió a sus requerimientos. La expedición fue comandada por Don Pedro Caro y Surela Valero, tercer Marques de La Romana. Hombre ilustrado y de gran preparación. Había cursado estudios en el colegio marino de Cataluña y ascendido poco tiempo después a Alférez de Fragata. En 1781 participó en la toma de Menorca y también luchó en la guerra de Francia por lo que fue ascendido a Teniente General. En abril de 1807 se puso al frente de la expedición. Una vez más, los soldados españoles levantaban con su marcha decidida el polvo de los caminos de Europa. Mientras marchaban, Napoleón comenzaba a perfeccionar su plan de seguir destronando borbones, y que tan funestas consecuencias iban a tener para nuestro país. En julio, la división de Etruria arribaba a la plaza sitiada de Straslund, defendida por los suecos, al mando de su rey Gustavo IV. El día 6 de agosto se desalojó al enemigo de sus baluartes exteriores, obligándoles a encerrarse en la plaza. El batallón de voluntarios de Cataluña y los cazadores de Villaviciosa se ganaron la admiración del General Monitor y su estado mayor, que tuvo que contener el ardor guerrero de los españoles. Algunos incluso se trajeron postes de las estacas del campo sueco. Finalmente los españoles llegaron a su destino: Hamburgo



Hamburgo



Las unidades que comandaba el Marqués de La Romana, estaban formados por los regimientos de infantería de línea de Asturias y la Princesa, los regimientos de caballería del rey, el primer batallón de Barcelona, el de infantes y dragones de Almansa con doce piezas de artillería y un grupo de zapadores. Los ingenieros de la división expedicionaria del norte fueron 13 jefes y oficiales. En total unos 15.000 hombres, que muy pronto se hicieron populares en Hamburgo, tanto que los nativos preferían tener 10 españoles alojados antes que un francés, holandés o italiano. Pasaron muy buen tiempo los españoles en Hamburgo, hasta que Napoleón ordenó la ocupación de Dinamarca.


El Príncipe de Pontecorvo y los españoles



El futuro rey de Suecia, todavía Príncipe de Pontecorvo, pretendía utilizar a los españoles en un ataque sobre ese país, que nunca llegó a producirse. Los españoles se unieron a un contingente Franco-belga de tamaño similar. Las unidades españolas fueron distribuidas en Dinamarca de la siguiente forma:

- En Zelandia: Los regimientos de Asturias y Guadalajara, mezclados con tropas francesas al mando del General Freiron.
- En Fionia: El estado mayor y los regimientos de la princesa, Villaviciosa, Barcelona, artillería y zapadores, bajo el mando directo de la Romana.
- En Jutlandia: Los regimientos de Zamora, Infante, Almansa y Algarbe al mando del General Kindelán.

Huelga decir que toda nuestra tropa estaba rodeada por unidades de “La Grand Armée”. Como al Príncipe de Pontecorvo, a los daneses los españoles les parecían muy exóticos y diferentes a todo aquello que habían visto hasta entonces. Para empezar, fue el primer ejército que no arrasó Dinamarca, comportándose de forma educada con los nativos del país. A los escandinavos les sorprendió de forma muy grata este inusual comportamiento de la soldadesca española. Vivían entre la gente, se comportaban de forma familiar, aceptaban sin remilgos la comida local- no como franceses y belgas- hacían fiestas en las que tocaban la guitarra y jugaban con los niños. Además, los españoles aprovecharon su estancia en Dinamarca para echarse novia- desconozco la lengua en la que hablaban a sus enamoradas, pero lo dejo a la imaginación de los lectores- No es de extrañar que de ese contacto con nuestros soldados, los daneses aprendieran a fumar tabaco liado, a aliñar la ensalada, a usar ajo en las comidas. En otras palabras, los nórdicos disfrutaron de la compañía de los españoles, algo que contrasta con la mala imagen que tenían de “los arrogantes belgas y franceses”


Malas noticias de España


Pero mientras los españoles disfrutaban de su estancia en tierras danesas, de España comienzan a llegar noticias inquietantes. Según el diario español “La abeja del norte”: “Se ha producido un levantamiento popular el 2 de mayo”. Para nuestras tropas ya no hay nada que hacer en Dinamarca, por lo que volcaran todos sus esfuerzos en volver a la patria y luchar junto a sus compatriotas en la lucha contra el invasor. No tardó, por tanto, el Marqués de La Romana en reaccionar y el 24 de junio se dirige a los Jefes de las unidades en los siguientes términos: “Acabo de recibir un aviso de S.A.S el Príncipe de Pontecorvo participándome que José Napoleón, rey de Nápoles, ha sido proclamado nuestro soberano, y entre tanto que recibo posteriores órdenes, lo comunico a usted para su inteligencia y gobierno”. Precisamente era eso lo que se necesitaba en aquellos momentos, inteligencia y mucho aplomo. El plan español era embarcar en los navíos de la flota inglesa y poner rumbo a España, con objeto de participar en la lucha junto a sus hermanos. Por su parte, la Junta de Sevilla había enviado al oficial de la armada Don Rafael Lobo con cartas para los generales Romana y Kindelán, informándoles sobre el devenir de los acontecimientos. Al mismo tiempo, los británicos habían intentado en vano ponerse en contacto con una división española, para entregarles informes de las Juntas de Galicia y Asturias. Además, el capitán Vives tampoco se quedó cruzado de brazos, y había planeado fugarse con toda la guarnición. Comunicó su plan a Antonio Fabregues, cuya única misión era contactar con la flota británica. Vives tras conseguir un bote del comandante de Morsoer, para atravesar el Grand Belt, no avistó a los británicos, pero al llegar a Fionia, el comandante danés de una batería le proporcionó una barca para llegar al langeland, en la que embarcó con un asistente para comunicar a los británicos su deseo de volver a España y defenderla. El asistente le dijo que aquello era una locura, por lo que lo desarmó y lo tiró por la borda. Visto lo visto, a los marineros daneses no les quedó otra que remar en la dirección que le indicaba el español. Las baterías costeras, al percatarse de la maniobra empezaron a disparar, pero ya era tarde. Finalmente Fabregues subió al navío de guerra británico Edgard. Era el 4 de agosto. Mientras tanto, los españoles del Marqués de La Romana se negaban a jurar lealtad a José Napoleón Bonaparte, como Rey de España y de las Indias. Los soldados eran conscientes de lo que significaba el juramento, y no estaban dispuestos a llevarlo a cabo. Eran españoles y querían morir defendiendo a la patria. Finalmente, los soldados gritaron lo que sus oficiales:

“Como individuos del ejército de la nación española, de la que formamos parte y a la que deseamos vivir y morir siempre unidos y tan sólo creyendo que toda ella, legítimamente representada, pueda haber en plena libertad prestado igual juramento que se nos exige, sólo así juramos obediencia al rey, a la constitución y a las leyes”

Este juramento también adoptado por la tropa española de Langeland y en Zelandia. Los regimientos de Asturias y Guadalajara se alzaron en armas contra los franceses y estuvieron a punto de matar al General Frerion, pero fueron rodeados por tropas aliadas que los hicieron prisioneros. Mientras en Rudkobing los artilleros destruyeron los cañones de la bateria, para evitar que los franceses pudieran usarlas contra ellos. En este mismo lugar, se hallaba el Capitán Vives, lo que perjudicó los planes de evasión, ya que al llegar Fábregues con el navío británico al otro lado de la isla, impidió que pudiera ver las señales convenidas. Está claro que los franceses lo habían trasladado allí para evitar su fuga.

El día 5 de agosto llegó al Grand Belt el bergantín mosquito al mando del oficial Lobo, portador de los pliegos de las juntas de España.



La Fuga



Lobo tras reunirse con Vives y Ambrosio de la Cuadra, decidieron que Fábregues se presentase al Marqués de La Romana. Éste al conocer la situación que se vivía en España, envió la siguiente orden a todos los jefes de regimiento de Jutlandia:

“Acabo de recibir por un oficial español pliegos de la junta suprema de Galicia y del General Don Tomás de Morlá, en la que me anuncias que las provincias de Andalucía, Castilla, Galicia, Valencia, Extremadura y Aragón han tomado armas en defensa de la libertad de nuestra patria, y que en muy breve llegará una escuadra a estos mares que nos conduzca a España, para con las tropas a mi mando que me quieran seguir, y cuento con V.S. y sus oficiales y demás individuos del regimiento de su cargo que quieran participar como buenos españoles en la gloria de nuestra nación. Y a vuestra señoría les ordeno se ponga en marcha por la vía más corta para esta línea de Fionia,, haciendo uso de los barcos que haya en Aarhus y demás puertos, apoderándose de ellos, si fuese necesario a la fuerza. Recomiendo a V.S. muy particularmente que haga observar a su tropa a la más exacta disciplina, vigilando los oficiales y sargentos, tratando de causar el menos daño posible a los inocentes habitantes de este país, pero ni tampoco a los franceses que haya en él”.

En este mensaje podemos ver la grandeza del marqués, y su altura moral, quien conocedor de los abusos y crímenes cometidos en España por las tropas de Napoleón, pide que no se ataque ni a los daneses, ni siquiera a los franceses. No hay en su misiva ningún deseo de venganza, su único anhelo es volver a la patria que está en peligro. Para él, como para sus soldados hubiese sido más fácil seguir viviendo en el oasis danés, hasta que las cosas mejorasen, pero habían jurado defender España y morir por ella, y todos, con la excepción de Juan Kindelán que traicionó avisando a Bernadotte de toda la trama, lucharon por abrirse camino en los buques de la armada británica. El día 9 de agosto, la guarnición de Nyborg se hizo dueña de la plaza por sorpresa y el gobernador entregó las llaves al Marqués de La Romana, que sin más dilación comenzó a embarcar la tropa. Los daneses trataron de impedirlo, pero se rindieron a poco de iniciar los combates. Por su parte, los franceses no se atrevieron a atacar en los tres días que duró el embarque. Finalmente toda la tropa estaba reunida en el Langeland, a excepción de los regimientos de Algarbe, Asturias y Guadalajara, y algunos otros hombres que prefirieron quitarse la vida antes que rendirse a los franceses.

El día 18 llegó una escuadra inglesa con 12 barcos, una fragata y un bergantín. El marqués visitó al Almirante Sumarez en la fragata victory, que la comandaba. Juntos tremolaron la bandera española, saludándola con 21 cañonazos. Los españoles aullaban de júbilo, la alegría era indescriptible entre la tropa. Finalmente habían podido cumplir con su palabra e irían a España a luchar contra Napoleón. El 21 de agosto se presentó en la playa el conde Ahlefeld- Laurisg, a quien se devolvieron las armas rendidas. Aquel día se embarcaron nuestros soldados. El capitán vives fue el último oficial en abandonar la isla, y se despidió del oficial danés con un abrazo. En los primeros días de octubre, fueron recibidos con vítores en Santander, Santoña y Ribadeo donde desembarcaron. La aventura danesa de aquella división española de la Grand Armée había llegado a su fin. Les esperaba ahora otra aventura, en la que muchos de esos soldados perderían en la vida. La mayoría de las unidades se integraron en la división expedicionaria del norte, también conocido como el ejército de la izquierda. Éste cometió el error de presentar batalla ante un ejército netamente superior, en vez de adoptar medidas más prudentes y meditadas, como hacía el propio Wellington en la campaña portuguesa.



Recuerdo imborrable



Pero los españoles que fueron estacionados en Dinamarca, dejaron una huella imborrable, e incluso hoy 200 años después de los acontecimientos, se les sigue recordando en el país nórdico con auténtica devoción. La imagen que se tiene de ellos en Dinamarca, es la de gente alegre, educada y musical; en otras palabras, el antepasado perfecto al que recurre cualquier danés para explicar un temperamento fuerte o rasgos mediterráneos. Incluso hoy día existe un proyecto articulado en torno a la página web www.spaniolere.dk , en el que se incluye material apara escolares y una investigación para encontrar antepasados españoles. Lo cierto es que los españoles jugaban con los niños, enseñaron a los daneses a fumar tabaco liado, o a aliñar las ensaladas. Hacían fiestas y tocaban la guitarra llenando de vida y alegría sus pueblos y ciudades. Tanto es así, que en la ciudad de Ringsted se hizo el comentario siguiente:

“En mi pueblo hubo una vida asombrosamente bulliciosa y agitada mientras los españoles estuvieron allí. El día que se fueron, el pueblo quedó como vacío y muerto”

También dejaron huella en la literatura romántica danesa, en autores como Blitcher o Christian Andersen. Éste último narra en sus memorias que el primer recuerdo de su infancia, fue un soldado español, que era lo más exótico que había visto en su vida. Como Andersen, las mujeres danesas no olvidaron nunca a sus novios españoles. Pues bien, hoy día la conquista española de los corazones daneses sigue estando tan viva como entonces. No es de extrañar que cuando en aquel país se cuentan sus hazañas, uno pueda sentir a aquellos bravos soldados marchando hacia su trágico destino.



Algunas puntualizaciones



Al igual que he tenido ciertos problemas para elegir entre los personajes que protagonizaron actos heroicos durante la guerra de la independencia, también los he tenido para selección alguna de las sandeces que he tenido que escuchar sobre el bicentenario de aquel conflicto. La más increíble es aquella narrada por una conocida dirigente político- me abstengo de escribir su nombre- en la que alguien afirmó que en Móstoles los heroicos lugareños luchaba contra los franceses lanzándoles bombonas de butano, desde las ventanas. Quizá ésta sea la más llamativa, por no decir estúpida, pero hay más, muchas más. Recuerden a aquellos que afirmaban que los franceses traían a España los ideales de la revolución francesa, y aunque así hubiera sido, eligieron una forma muy poco elegante al invadir un país, traicionando a sus antiguos aliados. Porque no podemos olvidarlo, los franceses eran nuestros viejos amigos, y cuando llegaron a España con la excusa de invadir Portugal, fueron recibidos de muy buen agrado por la población. Sólo cuando comenzaron los desmanes y abusos de las tropas de la Grand Armée, los españoles volvieron sus armas contra los invasores, como muy bien señala Napoleón en sus memorias:

“Desdeñaron su interés sin ocuparse más que de la injuria recibida. Se indignaron con la afrenta y se sublevaron ante nuestra fuerza, corriendo a las armas. Los españoles en masa se condujeron como un hombre de honor”.

Y lo hicieron, añado yo, en busca de venganza por la extrema crueldad con la que los franceses trataron a nuestros compatriotas de entonces. Hombres, mujeres y hasta niños decididos a no darles tregua. Millones de almas enfurecidas hasta lo indecible, que lucharían por primera vez en la historia en ciudades, y que derrotarían al ejército napoleónico en campo abierto- Batalla de Bailen- demostrando al mundo que era posible la victoria ante el corso. Los españoles cuando luchaban, no lo hacían por el antiguo régimen, sino por liberar a España del yugo extranjero. Su misión era expulsarles y cobrarse la afrenta recibida. Además no todos los intelectuales simpatizaban con los franceses, pues qué podríamos decir de Jovellanos y compañía. España, por tanto, demostró, pese a quien pese, ser una nación orgullosa, en una guerra en la que el Duque de Wellington fue el torero, y los españoles los banderilleros que no dieron tregua ni de día ni de noche, causándoles miles de bajas.

El final es bien conocido, y la gloria del emperador se hundió en España. Lástima que después la vieja España no pudiera culminar por la vía liberal abierta por las cortes de Cádiz de 1812. Una pena también, que algunos españoles se empeñen en seguir falseando y manipulando la historia.


Sergio Calle Llorens

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