jueves, 25 de septiembre de 2025

¡ETERNOS BAÑOS DE SEPTIEMBRE!

 

Ahora que he perdido algo de tiempo —aunque, en realidad, no tengo tiempo que perder—, tomo los baños de septiembre como una declaración de intenciones: la manera en que los buenos mediterráneos aprovechamos la calidad de las aguas para inmunizarnos de cara al invierno. A veces me lanzo al mar muy de mañana; en otras ocasiones, al atardecer. Los colores van desde el turquesa al azul marino.

Retozando aquí, recuerdo que los griegos tenían un vocabulario sorprendentemente rico para nombrar la gama cromática del Mare Nostrum. Cuando el mar se mostraba embravecido y oscuro, lo llamaban porphýreos, “purpúreo”, como la sangre o el tinte regio. Si brillaba rojizo bajo cierta luz, era oinops, el “mar de vino” homérico. En sus profundidades sombrías recibía el nombre de kyáneos, raíz de nuestro “cian”. Cuando resplandecía bajo el sol, con destellos que oscilaban entre el verde, el gris y el azul, se volvía glaukós, el mismo adjetivo que acompañaba los ojos de Atenea. Y, al caer el día, en los matices violetas del crepúsculo, se transformaba en ioeidés, el mar “color de violeta”. Para Homero y sus poetas, el mar nunca fue simplemente azul: era vino, púrpura, glauco o violeta; un ser vivo y cambiante, con ánimo propio.

Después, como continuación natural de ese espectáculo, llegan los colores anaranjados que despuntan en el cielo. A veces me quedo perplejo ante el intenso rojo que tiñe el crepúsculo y siento un amor inmenso por estas tierras mágicas. En verdad, no podría vivir sin mar. Una reflexión tan cierta como que la tierra gira sobre sí misma.

Ante tanta hermosura, apenas me queda tomar mi cuaderno de notas para describir lo inenarrable: las olas rizadas, los últimos rayos de sol reflejados en la orilla, la torre vigía que adquiere un tono dorado y esas parejas que caminan de la mano, creando un vínculo invisible con estas playas.

Es entonces cuando a mi mente acuden los inmortales versos de Manuel Alcántara:

El mar no puede morir.
Se quedará navegando aunque no haya nadie aquí.
Que no, que el mar no se muere, que no se puede morir.
Seguirá que va y que viene, yendo y volviendo a venir cualquiera sabe hasta cuándo.
Hasta que encuentre por fin la playa que está buscando.
Él no puede morir.
Se quedará navegando cuando no haya nadie aquí.

Unos versos que resumen las obsesiones de los nacidos junto a este mar sabio, cuyos latidos serán siempre eternos. El mar lo es todo y yo soy la nada, pero al bañarme en sus aguas siento que llego a formar parte de algo perpetuo y universal.

¡Eternos baños de septiembre!

Sergio Calle Llorens

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