martes, 9 de septiembre de 2025

¡NO LOS SOPORTO!

 



 

Cuando una persona me dice que habla castellano, automáticamente dejo de escucharle.
Después de todo, ¿para qué prestar atención a los incultos?
Ni siquiera me molesto en remitirles a la RAE.

Cuando el patán de turno pronuncia la palabra Latinoamérica, mi primer impulso es salir corriendo a la velocidad de un guepardo.
No me dan ganas de recomendarle libros que le saquen, además de su triste escepticismo, de la mentira histórica.
Expulsar al demonio de la leyenda negra… como el padre Karras en El Exorcista… se me antoja demasiada faena.

Cuando la lista de turno se declara progresista, pero es incapaz de relacionarse con gentes que no pertenecen —según su propia confesión— a la misma clase social… me retiro a tiempo.
Retirada a tiempo: victoria segura.

Cuando el payaso de turno me toca la moral, normalmente lo dejo pasar.
Pero si me aprietan demasiado… saco la espada.
Y que Dios se apiade de mi enemigo, porque este guerrero… no piensa hacerlo.

Lo mío no es intransigencia.
Es experiencia. Años de experiencia.
Recuerdo a aquel retrasado mental —creo que sus padres eran de Chile, se crio en Suecia y no hablaba una palabra de nuestro idioma— que me interrumpía cada vez que yo decía español.
Castellano”, añadía él.
Harto de sus impertinencias, le lancé la tiza:
—Yo jamás he hablado castellano. Eso se hablaba en España hace siglos. La clase es suya.

El resto de los estudiantes me rogó que volviera.

También recuerdo a aquella linda ratita que no quería pasear a mi vera porque mi carrera universitaria no estaba a la altura de la suya.
Me faltaron piernas.

En otra ocasión, un transalpino —con el encanto de María del Monte— interrumpió mi clase en Education First, una secta educativa para niños ricos, para decirme que hablaba demasiado.
La única razón por la que solté la maldita aquel día fue su interrupción.
Pensé que se trataba de otro estudiante.
Huelga decir que Gualterio Malatesta sigue teniendo pesadillas conmigo.

He perdido la paciencia.
Solo tengo aguante en la cama.
El resto… se me antoja una cuesta más empinada que la subida al Angliru en la Vuelta a España.
Muchos años.
Muchos tontos.
Muchas afrentas.

Y aunque trato de controlar mi sable… a veces me es imposible.
La mano busca la empuñadura.
Una espada en cruz.
Certero ataque en diagonal… o lateralmente.

¡Y que Dios los pille confesados!

Sergio Calle Llorens


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