miércoles, 24 de septiembre de 2025

¡CANCIONES PROHIBIDAS!



Yo tengo una colección de vinilos muy particular. Entre clásicos de doo wop que harían suspirar a cualquier alma romántica y ediciones de rock and roll que huelen a polvo de carretera, guardo también unas cuantas joyitas que parecen haber salido de un sótano secreto de la historia de la música. Y no porque desafinen, sino porque alguien, con tijeras de censor y cara de amargado insoportable, decidió que no podían sonar.

Ahí está, por ejemplo, “Finish in my mouth” de Helen DeSack, un título que ya de entrada pide o bien un brindis o bien un vaso de agua urgente. O aquella perla texturizada llamada “Your Hairy Balls”, que, más que canción, parece un catálogo de lanas gruesas para invierno. Y, por supuesto, el mítico susurro inconcluso de “I Let Jimmy Rub My Sween P…”, donde la tijera del pudor corta justo cuando más queríamos escuchar.

Todas ellas, por supuesto, prohibidas. Como si la aguja del tocadiscos fuera demasiado delicada para soportar semejante sinceridad.

La censura musical siempre me ha parecido un híbrido entre comedia involuntaria y tragedia cultural. A Elvis lo querían filmar solo de cintura para arriba, no fuera a ser que la pelvis iniciara una revolución. A los Beatles los acusaron de esconder drogas en las estrellas del cielo. Y después llegaron estas mujeres capaces de rimar lo indecible, recordándonos que la música también sirve para incomodar, provocar y reírse del decoro.

Yo, lo confieso, siento más simpatía por estas cantantes que por cualquier baladista azucarado. Prefiero una Helen DeSack desatada antes que otra canción de manual escolar con rima de “amor” y “dolor”. Al fin y al cabo, estas artistas tienen más honestidad en una sola estrofa que muchos en una discografía entera.

Prohibirlas es tan ridículo como tapar con una manta el piano de Jerry Lee Lewis para que no arda en llamas. La música, por muy subida de tono que esté, no provoca nada malo. Como mucho sonrojo, carcajadas o alguna anécdota que mejor no confesar en la cena de Nochebuena.

La defensa de estas canciones es, en realidad, la defensa de la libertad. Y la libertad, como el buen rock and roll, no se pide por favor: se arranca, se grita y se pone a girar a 45 rpm.

Así que, queridos censores de ayer, hoy y siempre: si Helen quiere terminar la canción en donde todos intuimos, que termine. Y si Jimmy frota lo que frota, que al menos tenga un buen acompañamiento vocal en doo wop.

Porque la libertad de expresión, como un buen vinilo prohibido, cuanto más se intenta ocultar, más ganas entran de ponerlo en el tocadiscos y darle volumen hasta que tiemblen las paredes.

Sergio Calle Llorens


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