En la
Sevilla del siglo XV, brillante y corrupta a partes iguales, nació una
organización que muchos consideran la primera mafia de Europa: La Garduña.
Fundada,
según las crónicas, en 1417, operaba en Sevilla, Córdoba y Granada. Sus
miembros eran ladrones, sicarios, prostitutas y hasta clérigos corruptos. Nada
se movía en el hampa andaluza sin que ellos lo supieran. No eran una banda
vulgar: tenían jerarquías, un “Hermano Mayor”, juramentos de sangre y un código
de silencio que anticipaba lo que siglos después se conocería como omertà.
Sus
actividades eran variadas: contrabando, extorsión, prostitución, chantaje y
estafa. Y lo más inquietante: infiltraban a sus hombres en la justicia, en la
Santa Hermandad e incluso en la Iglesia, garantizando así su impunidad.
Mientras la Sevilla rica recibía el oro de América, la Garduña se enriquecía a
costa del sudor de los demás.
Oficialmente,
la organización fue desarticulada en 1821 tras el proceso contra Francisco
Cortina. Algunos historiadores creen que el juicio fue real; otros sostienen
que se trató de una exageración del Estado liberal para dar un golpe de efecto.
Sea como fuere, la Garduña desapareció como estructura… pero su espíritu
sobrevivió.
Y aquí es
donde surge la pregunta incómoda: ¿quién heredó ese modo de entender la vida
como una forma de parasitismo organizado? ¿Quién continuó esa tradición de
tener jueces, cortesanos y prostitutas a su servicio?
Algunos
miran hacia Nápoles o Sicilia y defienden que la Mafia italiana bebió de
Sevilla. Puede ser. Pero yo creo otra cosa: que la auténtica heredera de La
Garduña no se encuentra en Palermo ni en Corleone, sino en San Telmo, sede
del PSOE andaluz.
Las
similitudes saltan a la vista. La Garduña ordeñaba caminos y tabernas; el
socialismo andaluz ordeñó subvenciones, fondos públicos y los célebres EREs. La
Garduña contaba con jueces comprados; el PSOE andaluz tuvo magistrados
complacientes. La Garduña se disfrazaba de hermandad piadosa; el PSOE se
disfrazó de partido obrero. Y en ambos casos, la lógica fue la misma: vivir
del esfuerzo ajeno.
Así que,
cuando leemos las viejas crónicas de la Garduña, no estamos hojeando un
episodio polvoriento de la historia. Estamos escuchando un eco que resuena
todavía hoy. Porque el crimen organizado, ya sea con daga, con sotana o con un
BOE en la mano, siempre busca lo mismo: que trabajen otros para vivir ellos.
La
Garduña fue la primera en perfeccionarlo. Sus herederos, no lo duden, siguen en
los palacios del poder.
Sergio Calle Llorens