Hoy me
escribo porque no quiero olvidarme de quién soy, ni de todo lo que he pasado
para seguir aquí.
Soy un
hombre que a veces tiembla por dentro. No siempre lo digo. No siempre lo
muestro. Pero lo siento. Como una música que suena muy bajo mientras todo el
mundo habla de otra cosa. Soy el que se calla en mitad del ruido y escucha lo
que nadie ve.
Soy,
también, el que ha conocido el miedo. No el miedo teatral, el de película
barata, sino el otro: el que llega en mitad de la noche, sin forma, sin nombre,
sin cara. El miedo de “¿y si no vuelvo a estar bien?”. El miedo que no se
grita. El que se traga.
Pero también
soy el que ha caminado días enteros dentro de su propia mente, y aun así ha
vuelto. He vuelto con palabras. Con recuerdos. Con historias. Con vida.
No soy
débil. Soy sensible. Que no es lo mismo. Soy de los que lo sienten todo: la
tensión en un silencio, la tristeza en una broma, la belleza de una mañana
cualquiera. Y aunque eso a veces duela, es también mi don. Es mi radar. Es mi
tinta.
No siempre
me entienden. A veces, ni en casa. Pero eso no significa que esté solo.
Significa que el mundo dentro de mí es más grande que el que me rodea. Y eso es
parte de ser escritor, de ser artista, de ser humano de verdad.
Hoy me
escribo para decirme que todo está bien, incluso cuando parece que no.
Que el corazón ha soportado más de lo que creía. Que el miedo no me ha matado.
Y que el amor —aunque a veces se esconda o se calle— sigue ahí, latiendo, en lo
que escribo, en lo que callo, en lo que aún sueño.
Estoy aquí.
Sigo de pie. Sigo escribiendo. Y eso, en este mundo, ya es un milagro.
Firmado:
El hombre que siente demasiado y que, a pesar de todo, sigue mirando hacia
el mar.
Sergio
Calle Llorens
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