Pablo
Bujalance, también
conocido como el tristón de Carranque, podría haber comenzado su última columna de fusilamiento
hablando del esplendoroso día que se había levantado en Málaga el pasado sábado.
Incluso, digo yo, debería haber dedicado alguna línea sobre la ilusión de ver a
Unicaja campeonando por segunda vez en la Champions basketball league- cómo
ocurrió finalmente- alzando su décimo título de la historia del club tras
ganar la Intercontinental, la Supercopa de España y la Copa de SM el Rey-
derrotando al Real Madrid en los dos campeonatos nacionales. Poniéndonos exigentes, habríamos
esperado alguna mención especial de su parte a Vodafone que convierte a Málaga
en un nodo clave de la red de satélites que llevará internet a todos los
rincones del planeta con el primer laboratorio de Europa centrado en esa
tecnología. Pero no. Claro que no. Es más, nada bueno se puede esperar de un
tipo cuyo concepto de la máxima aventura es sacar a su perrito a pasear.
La pregunta es obligada; ¿Qué le pasa a Don Negativo por la cabeza para escribir semejantes sandeces? La explicación es simple; Pablete tiene el alma llena de amargura y por eso nunca ha dedicado un solo halago a su tierra. Al pésimo articulista no le sale hablar de que más del cincuenta por ciento de las empresas que se crean en el sur tienen su sede en la provincia malagueña. Y sería mucho pedir que destacara que la Noche en Blanco del pasado sábado congregara a más de 250.000 personas en una tarde noche de cultura con el Mediterráneo como excusa. Porque su legendaria negatividad le da para criticar lo que hace, o deja de hacer, el ayuntamiento. Sin embargo, sus rabietas de niño mal criado no llegan nunca al gobierno de España que hace pagar a los malagueños por usar las autovías. Que otros territorios estén exentos en el pago de estas autopistas no le mueve en absoluto. Tampoco que Pedro Sánchez tenga imputado a su ex número uno, a su fiscal general del Estado, a su cuchicuchi y hasta a su hermanísimo le mueven a tomar su anémica pluma. Lo suyo es ciscarse en aquellos que usamos el término fenicio, el taró, para designar a la niebla que arriba del mar. En ese caso, se sube por las paredes y echa espumas por la boca.
En verdad, a
Pablete hay que entenderlo. Su vida ha sido dura. De niño nunca le
escogían para jugar al fútbol, no porque fuera un manta- que lo era, sino por
su fama de cenizo. Se cuenta que el equipo en el que caía, jornada tras
jornada, perdía de goleada y sus compañeros terminaban en el hospital con algún
hueso fracturado. Incluso cuando volvía a casa y pasaba junto a la pajarería de
su barrio, los canarios caían muertos sin razón aparente. También se llegó a
rumorear que las plantas de su casa se negaban a aceptar la fotosíntesis. Un suicidio
floral sin precedentes en la historia del planeta. Y sólo porque era, y sigue siendo,
inaguantable. Ni las plantas lo soportan.
La gangrena,
la peste negra y el tifus son cosas positivas comparadas con sus opiniones. Incluso, si fuera un personaje de ficción,
encarnaría a Gargamel con su odio eterno a los simpáticos pitufos cuyo
azul recuerda al mar de Málaga. Y si interpretara- Dios no lo quiera- a una
celebridad cinematográfica, bordaría el papel de un demonio babilónico a punto
de poseer el cuerpo de una inocente niña. No hace falta decir nada más.
Leerle es
entender que a la luz le sigue la penumbra. Esta tierra es la luz divina y Pablito encarna
lo más tenebroso y oscuro del alma humana. Un muerto viviente sin alma, sin amor, sin cariño y sin
esperanza. Porque miren que hay cosas que criticar, pero escribir que las
bellas jacarandas son inútiles, es sobrepasar todos los límites de la
idiocia. En este punto quiero mandar un
recuerdo emocionado a los inventores del “tiene menos luces que el
dormitorio de un topo”.
Unas últimas advertencias: Si usted se cruza
con él en la calle, no lo dude, cambie de acera. Si, por el contrario, se lo
topa en un avión, abandone la nave rápidamente porque es más gafe que Tomás Roncero.
La negatividad, queridos niños, es contagiosa.
Sergio Calle Llorens

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