En un rincón
del sur de España donde el sol parece tener sabor a aceite de oliva y el mar
huele a hinojo y brisa fresca, Málaga se ha consagrado —con justicia—
como el corazón gastronómico del sur. No es exageración ni orgullo de
tierra: es estadística, es estrella… y es cuchara. Con más restaurantes con
estrella Michelin que cualquier otra provincia de su entorno, Málaga no solo
presume, deslumbra.
Aquí, entre
chiringuitos humildes y templos de alta cocina, se cuece una revolución
discreta pero sabrosa. No hay alardes innecesarios. Hay producto. Hay técnica.
Y sobre todo, hay memoria.
De todos los
platos que definen la identidad culinaria malagueña, hay uno que brilla sin
pretensiones: el gazpachuelo. Sopa marinera de raíces populares, hecha
con agua, mayonesa, pescado y patatas. Una receta que parece simple hasta que
te abraza el alma en una cuchara caliente. Cada familia tiene su versión. Con
arroz o sin él. Con clara montada o sin. Pero siempre con la misma verdad: que
lo humilde, bien hecho, puede rozar la excelencia.
Hoy, el
gazpachuelo ha entrado por la puerta grande en cocinas de vanguardia,
reinterpretado por chefs que saben mirar atrás sin dejar de caminar hacia
adelante. Dani Carnero, José Carlos García, Diego Gallegos,
entre otros nombres estelares, han llevado a la cocina malagueña al mapa del
mundo… sin perder ni una pizca de su sal de casa.
¿Alta cocina
o cocina alta? En Málaga da igual. Aquí se puede comer un espetito de
sardinas frente al mar, que rivaliza con la mejor experiencia en un menú
degustación de 12 pases. Porque lo importante, lo que une, es el sabor
auténtico y la nobleza del producto.
Desde la caballa
de la bahía, el ajobacalao de Vélez, los tropicales de la
Axarquía, hasta el aceite virgen de Antequera o los quesos de cabra
malagueña, todo el territorio se siente en el paladar. Y por supuesto, el vino.
¡Ay, el vino! Málaga presume de dulces históricos y secos valientes. No por
nada fue musa de reyes y de poetas. Como dijo Salvador Rueda:
“El vino de
Málaga parece tener luz de aurora y pena de luna.”
Málaga ha
sido, desde los fenicios, un puerto que da la bienvenida. Y esa apertura se
saborea. En sus restaurantes se mezclan la tradición andaluza con influencias
del Magreb, de Asia, de Hispanoamérica. El cosmopolitismo malagueño
no es impostado: está en el ADN de nuestra gente, que conversa con cualquiera y
cocina con todos.
No es
casualidad que aquí florezcan cocinas creativas, con mestizajes inteligentes.
Málaga no copia: interpreta. No imita: crea con un pincel de plata. Y ese espíritu,
inquieto y libre, es el que convierte a la provincia en una constelación
culinaria única.
En
definitiva, Málaga no solo lidera el sur de España en número de estrellas
Michelin. Lidera en sabor, en alma, en hospitalidad. Su gastronomía es un
relato hecho de recuerdos y vanguardia, de mar y sierra, de cuchara y pinza. Es
una cocina que no necesita presentación porque se presenta sola, en cada plato,
con el orgullo del que sabe de dónde viene y el talento del que ya sabe adónde
va. Porque Málaga no come para vivir… vive para saborear.
Así que si
alguna vez te preguntas a qué sabe el sur, la respuesta está clara: sabe a
Málaga.
Sergio Calle
Llorens
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