martes, 29 de agosto de 2023

ELLA



Ella era un castillo que asaltar, un puerto en el que amarrar mi nave, el fuego donde abrasarme, el agua para calmar mi sed. Ella lo era todo y yo era la nada que todo lo podía. 

Ella era el amanecer y el ocaso, una compota de fresa en el rocío de la madrugada y un pomelo amargo dos horas después. El blanco y el negro. La vida y la muerte. La pasión y la indiferencia. Con ella aprendí a entender el Blues.  Y con eso está dicho casi todo.

Ella no hacía preguntas estúpidas del tipo “¿me quieres?” Porque quien presenta esas cuestiones sólo tiene dudas y ninguna certeza.  Ella simplemente se preguntaba sobre los miles de placeres que puse a su alcance. Ella sabía y yo aspiraba a saber.

Ella no supo cuánto la amé, pero lo sabe ahora que ha transcurrido más tiempo del que nos gusta admitir a los dos. Después de todo, la juventud tiene sus locuras y cuando uno es joven, lo es para siempre. Ella era una mirada embriagadora y unas acogedoras caderas que movieron los cimientos de mi entendimiento.

Caminamos juntos, pero siempre bailamos separados dejando una huella sonora que sigue pisando fuerte y deja intensos suspiros de carácter melancólico: Style Council, Depeche Mode, the Sonics, The Ramones, Madness, Spandau Ballet, Gabinete Caligari, Os Resentidos, Danza Invisible, Loquillo, Los Rebeldes o The Kinks.

Ella terminó con el muchacho y creó al hombre que hoy soy y está canción; walls come tumbling down es para darle las gracias por todo. Sin ella, no habría podido saber que las buenas compañías son siempre las peores. 

Ella quería ver su foto en todas las paredes y estar contra todas las paredes. Conmigo consiguió ambas cosas. Después de todo, ella me echó una mano en la escuela de la vida y yo, modestia aparte, la enseñé a doctorarse en echar todos los muros abajo. Aquellos a los que cantaba el mismísimo Paul Weller. 

Sergio Calle Llorens


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