martes, 1 de junio de 2021

¡ARNAU!

 



Al fútbol se puede jugar sin delantero centro, sin extremos clásicos y, si me apuran, hasta sin media punta, pero nunca puedes hacerlo sin potero. El problema es que donde el rival pone el pie, el guardameta pone la cara.  Se suele decir que los goles se los hacen al equipo, pero el arquero es el vencido.  El tipo al que le van a caer todos los palos, y que cada palo aguante su vela.

Yo pienso que para ponerse bajo palos se necesita una pasta especial. Uno los ve ir a la portería y sentir cierta lástima mientras la afición contraria se acuerda de sus generaciones precedentes: mofas, insultos, improperios. Sin duda, este tipo de jugador es el último hombre de pie. Un héroe que parece sacado de una película de John Ford. Los porteros son tan distintos al resto de futbolistas que hasta su indumentaria es diferente. Una forma, tal vez, de decir que sólo los elegidos pueden caminar por el filo de una navaja tan afilada como la lengua de una suegra.

Un delantero falla una ocasión clamorosa y el respetable intuye que a la próxima podrá redimirse anotando un tanto. Un portero comete un fallo grosero y sus propios seguidores querrán colgarlo del palo mayor de un barco. Por eso el futbol es un deporte de equipo hasta que el portero comete un error y se convierte en una modalidad individual.

No hay profesión más solitaria que la del guardameta.  Su misión es la de un mártir, un saco de arena o un penitente. La mayoría de los niños sueñan con marcar goles, pero muy pocos en pararlos. El arquero se acostumbra a estar siempre solo, aunque alrededor haya muchedumbre. El himno del Liverpool es la antítesis de la vida del portero. Y pasan los años y el perro viejo, que no aprende trucos nuevos, sigue enfrentándose a la vida con la única compañía que su respiración profunda. No ha aprendido a comportarse de otra manera. Además, las lesiones graves de un guardameta son en la cabeza. Bien lo sabía Arnau, ex del Barcelona y del Málaga, cuyo triste final ha provocado que miles de personas pidiesen silencios a los medios. Y yo que pensaba que la función del periodista era contar la verdad. Pero claro, eso era antes de que las nuevas generaciones comenzasen a ofenderse con el paso de una mosca. Yo, que soy cojonera, digo que no hablar del tema no evitará, más bien lo contrario, que la historia trágica se repita. Arnau, como muchos miles de hombres, no pudo parar el último balón de su vida. Murió, como vivió en el campo; solo. 

¡Descanse en paz!

Sergio Calle Llorens


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