Para ser
novelista es necesario haber leído mucho y, si mi apuran, haber vivido más. Ahí
están los ejemplos de Mark Twain, Miguel de Cervantes y Joseph Conrad para
probar mi tesis. De hecho, el polaco fue capaz de escribir mejor en inglés que la
mayoría de los nativos de esa lengua. Su
obra heart of darkeness sigue asombrando al mundo. Por eso tengo
el convencimiento de que una persona que pase de vivir de la casa de sus padres a la de
su novio, que para más escarnio estaba en un pueblo de Granada, aunque lo intente sin descanso, no tendrá
nunca nada que contarnos.
Me duele el aliento de afirmar que sólo los
sueños con talento se convierten en realidad. Y sin talento, sin lecturas y sin
aventuras dignas de llevar ese nombre, el aspirante a escritor tiene el mismo
futuro feliz que aquel que troca la luz del sur por las brumas del norte. Lo
diré de otra manera; un poema debe ser un poema, no parecerlo. Y una novela debe estar compuesta del material
que se tejen las pesadillas.
En verdad no
entiendo la machacona insistencia de aspirar a algo para lo que no se tiene
talento alguno. Además, algunos escribidores son muy pesados. Es más, no hay
nada peor que meter a varios juntaletras en una habitación porque todo terminará
como el rosario de la aurora. Después de todo, la mayoría está convencido de
que sus creaciones literarias deben ocupar un
lugar de honor en el parnaso de las letras hispanas. Ellas, que son las reinas
de los ripios para no dormir. Ellos, que hacen divertidas a las ostras.
Por todo lo anterior soy marxista, de Groucho,
se entiende, porque nunca podría pertenecer a un club que me aceptara
como miembro. Y menos de una asociación cuyos socios creen que el nacer en el
sur da ventajas literarias.
En fin, que no sé de quién fue la idea de
invitarme, pero, como comprenderán, no he podido aceptar el ofrecimiento. En
verdad, los componentes de este colectivo me recuerdan a esos hombres que creen que llevando
la barba muy poblada nadie se percatará de que son calvos. Un despropósito.
Definitivamente
mi invencible repugnancia por las colectividades vence a mi deseo de quedar bien
con los colegas. En cualquier caso, terminemos con una pincelada esperanzadora;
los colectivos que empiezan mal, acaban peor.
Sergio Calle
Llorens
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