Lo peor no es que te quedes sin vida sino que te dejen sin
cielo. Particularmente creo que yo ya no tengo ni vigor y, mucho menos, paraíso. No puedo más y
los segundos se me hacen semanas y los meses décadas. Me siento sólo rodeado de
gente y, aunque alzo mi voz, se me oye pero nadie escucha. Lo mejor sería marcharme o tomar mi barca para
morir definitivamente en la isla de los naufragios.
El veneno de la soledad ha prendido en mi alma. La cicuta de
la incomprensión ha rodeado mi existencia. Me duele el pecho y el doctor recomienda
la panacea de unas prolongadas vacaciones sin preocupaciones; ¿Qué le parece a
usted una casita de veraneo en el sur de Suecia?- una muy buena elección- me
contesta- pues mándame un cheque a casa y hago la reserva. Suelta una carcajada
que me acompaña hasta la parada del metro donde unos jóvenes hablan del
problema catalán. No puedo evitar pensar que mientras el símbolo del
decreciente movimiento independentista sea una monja argentina con fiebre
uterina, el proceso tiene menos futuro que
Falete en la NASA. Alejo
de mi mente esos pensamientos y me concentro en un artículo que viene a ser una
sesuda reflexión de un articulista. La conclusión a la que llego es clara; los
periodistas andaluces harían un gran papel como comerciales de Chupa Chups.
Me siento ante una alfombra marina cuyos colores van desde
el azul profundo hasta el turquesa. Abro una cerveza bien fría y dejo al mar
que me hable en susurros. El primer sorbo me produce un placer profundo. Por un
momento me siento como ese naufrago que besa la orilla tras varios días a la
deriva. Observo a los lugareños pasear junto al mediterráneo ajenos a mi
pequeño momento de paz. El primero de toda la semana, al fin. Me quedo allí
esperando a que el sol se ponga tras la torre atalaya y que aparezca el crepúsculo.
El problema es que siento no poder compartir con nadie ese momento glorioso en
el que el astro besa al mar. Me abandono completamente y bebo para pensar
multitud de variantes a cual más absurda. No se me ocurre nada brillante. Las
musas se han mudado al otro barrio que, tarde o temprano, será nuestra morada definitiva. Suspiro.
He de hacer algo, pienso. He de escapar a algún lugar lejano ajeno a la absoluta miseria que me rodea pero, sobre todo y por encima de
todas las cosas, he de escapar de mí mismo. Esta vez, muy a mi pensar, no va a
aparecer un clásico de Rock and Roll a encender la llama. Simplemente me apago.
Sergio Calle Llorens
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