sábado, 2 de mayo de 2015

LA MEDITERRANEIDAD


En los atardeceres cárdenos de mi patria salada suelo pensar en el significado de las mediterraneidad. Tal vez apenas sea el paisaje, la buena mesa y la apertura de mente que contrasta con esa costumbre, tan andaluza por otra parte, de contaminar el debate por el encono político.  El andalucismo, en mi modesta opinión, es una diarrea mental colectiva que como todos los ismos, suele prender en los pueblos de poca entidad. Lo mediterráneo es, o debiera ser, otra cosa.
Mis diatribas libérrimas contra la Andalucía oficial se explican, en parte, por ese componente mediterráneo que se opone a todo lo que yo detesto; cortedad de miras, ruido insoportable, personas con actitudes gallináceas y ausencia de mentes empíricas. El mar suele abrazar diferentes culturas y, los pobladores de sus orillas adquieren unas tonalidades cromáticas diferentes a las de aquellos que boquean en el interior. A resultas de ello, Denia, Ibiza,  Cadaqués o Nerja son poblaciones donde nos sentimos mucho más cómodo que en cualquier punto de la geografía andaluza del interior. Si uno lo piensa bien, es realmente conmovedor comprobar cómo un malagueño mediterráneo sufre una incapacidad absoluta para hacerse entender por uno de Coria del Río. Ese indeleble deseo de hacerle ver su realidad se topa, casi siempre, con un muro granítico imposible de derribar. Empero, el debate se torna mucho más sencillo con una dama de Alicante. Debe ser el componente mediterráneo. En todo caso, siempre es mejor sentirnos culpables de ese fracaso comunicativo que tener que dar explicaciones de lo que no sentimos como propio.

La mediterraneidad se basa en unas cuantas certezas que acercan las olas rizadas a nuestras orillas. Ese moderado epicureísmo que constituye la única militancia presentable al hombre cuerdo. Una aceptación de la condición de los otros. Un alejamiento de aquellos que no entienden esta hermandad cultural que va más allá de fronteras regionales. La ataraxia, que no es otra cosa que la ausencia de turbación, es inimaginable cuando soportamos un modelo cuyo único logro, desde un punto de visto cultural, es la imposición de unos valores ajenos a esta condición mediterránea. La intransigencia, que no puede pertenecer a esa característica tan nuestra, siempre choca con la moderación de aquellos que nos imaginamos parte de un todo más profundo.

El problema es cuando le das el poder sobre estas orillas a alguien que desconoce casi todo y, encima, es incapaz de hilar dos lecturas para comprendernos. Con lo fácil que sería que nos dejaran vivir del comercio como los fenicios. Con lo sencillo que supondría que aplicaran nuestro modelo de hacer negocios; Bajar impuestos para poder gastar el dinero en bellas señoritas. Entiendan que no somos geniales pero sí eficaces a la hora de crear riqueza. Empero, cada día que el gris amanecer retira el telón oscuro de la noche, Andalucía entrega el mando de nuestra nave a un timonel que al entrar en contacto con una carta náutica , aparenta desear que nuestro barco se termine estrellando contra las rocas. Se escora tanto  a babor que el navío parece estar borracho. Y luego, el botarate de turno agita los brazos de forma tan discreta como un elefante en Calle Larios.  En esos momentos, nuestras manos ansían el cuello del piloto. Luego todo se atempera por el apunte racionalista y vuelve la calma chicha hasta el día, claro está, de que esta población tan levantisca dedica echar al patán de turno por la borda. Y no hay nada más propio del mediterráneo que los motines y los abordajes.

¡Cuidado!

Sergio Calle Llorens

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