Muy
probablemente La Garduña nació en la ciudad de Toledo y tuvo sus ramificaciones
en otras localidades. Sin embargo, en ningún otro lugar de España echó raíces
como en Sevilla. Al socaire del Santo Oficio, la organización criminal se
convirtió en su brazo ejecutor. Al contrario de lo que se puede pensar, la
Santa Inquisición no era una institución tan poderosa y, en muchos casos, le
resultaba ciertamente difícil actuar contra determinados individuos que eran
demasiado poderosos.
En un país obsesionado por la pureza de
sangre, La Garduña comenzó a actuar con plena impunidad contra los judíos
conversos y musulmanes convertidos a la fe católica. Finalizada la Reconquista,
la organización criminal comenzó a ser vista con malos ojos por el poder
político que no aprobaba sus métodos crueles y sádicos. En pleno siglo XVI, los
precursores del KKK sufrieron el primer revés cuando la corte decidió que había
llegado el momento de intervenir. Se llegó a plantear incluso una acción armada
contra sus miembros pero éstos, sorprendentemente, se disolvieron de la noche a
la mañana. Su paso a la clandestinidad supuso un antes y un después para la
organización que reunida de forma solemne a orillas del Guadalquivir, se dio
una constitución confidencial, y unos estatutos fundacionales con los que tomó
su forma definitiva de sociedad secreta. En sus filas, los rufianes y
criminales más peligrosos de la ciudad crearon la estructura final que tendría
en los siglos posteriores.
La Garduña
estaba compuesta por soplones, fuelles, coberteras, sirenas, floreadotes,
capataces y maestros. Como cualquier sociedad secreta tenía sus contraseñas y
signos de reconocimiento entre sus innumerables miembros. Cuando un miembro se
encontraba en compañía de desconocidos y quería saber si alguno de los
presentes pertenecía a la organización, se colocaba el pulgar derecho por el
lado izquierdo de la nariz. Si otro miembro de la hermandad se encontraba
presente se acercaba a él y le susurraba una contraseña al oído, en respuesta a
la cual se debía dar una nueva clave. En ese momento, para asegurarse de que no
estaba ante un impostor, se procedía a un complejo intercambio de signos y
apretones de manos, similar al adoptado después por los masones con el mismo
objetivo.
A pesar de sus
orígenes racistas, los miembros de La Garduña no eran simplemente unos
fanáticos de la limpieza de sangre cristiana sino, ante todo, una organización
criminal de delincuentes dedicada a todo tipo de negocios ilícitos.
Oficialmente, la sociedad secreta tuvo su final en 1822 con el ajusticiamiento
de Francisco Cortina y dieciséis garduños en la ciudad de Sevilla por un caso
que ya tendremos ocasión de relatar. Ha llovido mucho desde aquel lejano 25 de
noviembre de 1822 y el enigma de La Garduña parece seguir envuelto en una
neblina de misterio. Para muchos, la Garduña continuó existiendo debido a la
honda raigambre de esta sociedad secreta. Para otros, la Camorra Napolitana y
la Mafia Siciliana son herederas de la primera, no en vano ambas nacieron en
territorios que en el pasado pertenecieron a la Corona española.
En la propia
Camorra, al igual que en La Garduña, el símbolo de reconocimiento entre sus
miembros eran tres puntos tatuados en la palma de la mano. En verdad no se debe
descartar este origen español de las mafias más famosas del mundo, empero a
ningún investigador serio se le había ocurrido mirar en el lugar más elemental;
en la propia casa, en el solar donde durante tanto tiempo señoreó la banda de
La Garduña. Y de eso, querido lector, va este trabajo.
La Garduña ha
seguido activa bajo otra piel y con otras siglas en la capital de Andalucía.
Una organización que comparte sus métodos, su organización, sus actividades
criminales y que delinque con total impunidad y a
plena luz del día. Esa organización no es otra que el PSOE andaluz. Soy
consciente de que esta afirmación puede levantar ampollas en muchos sectores de
la población, pero si usted me concede el beneficio de la duda, yo le
demostraré que lejos de haber desaparecido, la hermandad de La Garduña sigue entre
nosotros.
Huelga decir
que la verdad que desvelo en el presente trabajo es ciertamente
inquietante, y no por alarmante deja de ser cierta. No obstante el primer deber
del ciudadano es la rebeldía contra el poder y, muy especialmente, ese deber se
hace más fuerte cuando una pandilla de criminales, bajo la protección de la
autonomía, vacía las arcas públicas que rellenan con sus impuestos los honrados
empresarios y trabajadores. Con toda seguridad, este trabajo sufrirá los
ataques habituales de los fanáticos del fraude en la región más pobre de
España; Andalucía. Una región que lleva gobernada por una cofradía que prometió
cien años de honradez pero no especificó cuando comenzaba.
La única
diferencia entre La Garduña del pasado y la actual reside en que, increíblemente,
sus miembros hoy gobiernan sobre todos los ciudadanos del sur con lo que sus
tropelías y latrocinio se hacen a la vista de todos.
Con una
justicia domesticada y unos medios de comunicación sumisos y en posición
genuflexa, la denuncia y la lucha contra esta organización se nos antoja
hercúlea. Y es que la aparente disolución de los garduños para aparecer
bajo las siglas de una agrupación política llamada “progresista”, es
uno de los golpes maestros de nuestra más reciente historia. A muchos les
parecerá una broma de mal gusto y, eso precisamente, es lo que es Andalucía en
la actualidad, más que les pese a las señoras y señores que nos gobiernan.
Pasemos pues a hablar de La Garduña moderna del sur. Y para ello, tomo
prestadas las palabras de aquel detective literario que vivía en la londinense
Baker Estrete.
“Una vez
que has excluido lo imposible, lo que queda, por improbable que parezca, debe
ser la verdad”.
Sherlock Holmes
*Introducción a mi libro La Garduña que publiqué el año pasado.
Sergio Calle Llorens
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