jueves, 25 de septiembre de 2014

PEDRO APARICIO


Hoy ha fallecido Pedro Aparicio que fue Alcalde de Málaga durante 16 larguísimos años. Su muerte ha producido las habituales reacciones de dolor en la clase política, no en vano se ha ido uno de los suyos. Sin embargo, soy de la opinión que el que uno se convierta en fiambre no debe suponer ningún cambio en la consideración que teníamos por el finado en vida. La realidad es tozuda; Aparicio fue un pésimo alcalde cuyo legado se ha magnificado, sobre todo en comparación con la labor que realizan sus herederos socialistas en la Casona del Parque. El público se pregunta cómo es posible que un señor tan culto como Aparicio pudiera degenerar en indigentes intelectuales como María Gámez o Conejo cuyos ataques indiscriminados a la oratoria hacen sonrojar hasta a los monos del Zoo de Fuengirola.

Los malagueños estaban tan mal acostumbrados que arreglar el alumbrado público de algunos barrios fue visto como un logro similar al descubrimiento de la penicilina. En realidad la etapa de Aparicio fue un monumento al mal gobernante. Convirtió a Málaga en la ciudad más sucia de España y en la más endeudada. Era tal la ruina que, tras su marcha, se necesitó más de una década para equilibrar las arcas municipales. Su última barrabasada fue expropiar el Kiosco de La Marina por un capricho, a los que era muy dado por cierto. También se destaca hoy en su haber la restauración del Teatro Cervantes, y he de reconocer que no andan descaminados, pero sólo porque él amaba la Opera. Y tanto la amaba que no toleró jamás que se tocara en sus tablas ningún otro género musical. Moderado que era el hombre. Otro de sus caprichos fue matar la movida nocturna de Pedregalejo porque al ser vecino del barrio le molestaban los ruidos. Huelga decir que no tuvo el mismo celo cuando los jóvenes nos fuimos con la música al centro de la ciudad. A cuatro cañas de allí destrozó la Plaza de La Marina y se gastó una millonada en El Guadalmedina para dejarlo peor que estaba.

En verdad todo lo que bien se hizo en aquellos años se hizo en contra de su voluntad; desde las playas de la Malagueta hasta las de Pedregalejo. Su obsesión era que Málaga no se pareciera en nada a Marbella o a Torremolinos. Tal vez, digo yo, esa fue la causa por la que permitió que la Junta de Andalucía segregara el barrio pasándose la ley española por la entrepierna. Calló tanto que ni siquiera fue capaz de levantar la voz cuando el gobierno regional le engañó con el asunto del Tranvía a la universidad.

Aparicio no tuvo nunca una mala palabra ni una buena acción. Yo siempre lo recordaré entrando al vestuario del Málaga cuando se jugaba el descenso para decirles a los jugadores; “No van a descender pero si eso pasara el ayuntamiento con este Alcalde a la cabeza sabrá estar a la  altura para ayudarles”. Y claro, como buen socialista mintió, y el club desapareció. Creo que los años de Aparicio fueron una completa perdida de tiempo. Tanto los recordamos que desde entonces la secta del capullo no ha sido capaz de recuperar la Capital de la Costa del Sol.  Y con eso está dicho todo.

Con el tiempo Aparicio se convirtió en un magnífico articulista y en un gran conversador. Sus textos en los que trataba de contagiarnos de su europeismo son una auténtica maravilla. Incluso llegó a reconocer que de poder volver atrás, jamás habría abandonado la enseñanza por la política. Daba gusto verle caminar por el coqueto centro de la ciudad por el que nunca hizo nada. Había envejecido bien tras su paso por el parlamento europeo. Hoy, como les decía, su muerte nos ha sorprendido tanto como el hecho de que él llegara a Alcalde cuando necesitó 8 años para aprenderse los nombres de las calles de la ciudad de la que desconocía casi todo. Sí, Don Pedro fue un mal sueño. Espero, de cualquier forma, que allá dónde esté pueda seguir escuchando esas piezas clásicas que tanto le gustaban y enfrente, por supuesto, tenga a nuestro amado mediterráneo. Ese mar que contiene unas olas malagueñas cuya mecida no llegó a entender jamás.

DEP


Sergio Calle Llorens

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