¿Qué será lo próximo; una playa para cerdos de cuatro patas?
¿Un litoral acotado para que los dueños de los gatos puedan jugar con ellos en
la arena?¿Una ribera para mujeres gordas conocida como Costa Ballena? En realidad, la estupidez humana no tiene
límites y, a veces yo pierdo la paciencia ante tanto desvarío.
Mi mediterráneo es el único lugar de escape adonde dirigirme
para no contagiarme de la estupidez reinante en el sur. Si ya es duro tener que
compartir espacios con ruidosos domingueros, tener que aguantar a sus suegras
en compañía de sus canes, se me antoja una realidad punzante y dolorosa.
Lo peor de todo es que la gran mayoría de primates
peninsulares admite la playa de perros como un logro de la sociedad occidental.
Suelen decirnos que todos tenemos derechos, y eso incluye a las criaturas que
ladran. Dicen que Dios hizo al hombre y luego tuvo una idea mejor creando a la
mujer. Sin embargo, nadie ha sabido explicar la causa por la que parte de la
población mundial ha podido degenerar tanto.
Afortunadamente todavía puedo ir a mi playas secretas de
Málaga y disfrutar de las olas rizados con querencia por las arenas malagueñas.
Oyendo la canción triste del mar que me acerca a mis orígenes y, a su vez, me
aleja del populacho. Es mi patria salada la que me civiliza. Son sus aguas las
que me curan los males. Y no, no me gusta compartirla con aquellos que no saben
valorarlos y, mucho menos con perros llenos de pulgas en compañía de sus
estúpidos amos. ¡Faltaría más!
Yo, al margen de mis columnas en prensa digital o en mi
blog, no suelo molestar a nadie. Siempre dibujo sonrisas que reparto a diestro
y siniestro aunque me duela el alma. Lucho con mi espada porque es lo único que
tengo. Y encima no me dejan tranquilo ni en una solitaria playa malagueña donde
casi siempre acude algún orangután con bañador en compañía de un chucho.
Eso de que todas las ideas son respetables nos ha empujado a
este desvarío en el que cualquier cantamañanas propone, y la clase dirigente
acepta. Ahora son los perros, mañana cualquiera sabe. No me extrañaría que una
triste mañana una mujer de la
Junta de Andalucía se presentara en casa para obligarme a
adoptar un tuso. De producirse, mi única duda es saber en que orden irían cayendo
los visitantes por la ventana.
No me malinterpreten; amo a los animales pero no entiendo
que si el personal quiera disfrutar la playa con sus mascotas, yo
tengo que pagar el pato. Y no me digan que es tan sólo una playa porque,
sencillamente, es mentira. Ésta gentuza se mete con sus perrillos por todas
partes e incluso para que hagan sus necesidades. A alguno ya le he restregado
por la cara una madridista que había depositado minutos antes. Me parece bien
que disfruten con sus animales. Por mí como si les dan por el culo a la hora
del aperitivo. Pero en mi playa, y mucho menos en la dulzura crepúsculo, va a
ser que no. En la mar, el animal de compañía es el pulpo. Y punto.
Sergio Calle Llorens
Esto debe ser una broma, seguramente.
ResponderEliminarMe ha recordado Ud. a un tipo de populacho amontonador de palabras, y con ínfulas de populacho exquisito, similar al de un tal Sr. Sostres (sí, el hijo de aquella pescadera de la Boquería).
Pero debe ser un artículo en clave de humor, parodia de los susodichos.
Seguro.
La risa hace bien a la gente, es Ud. muy generoso. Gracias.
A mí en cambio el tema no me hace ni puñetera gracia. En cuanto a lo de generoso, decirle que depende con quien. En cuanto a lo del hijo de la pescadera de la Boquería sólo añadir una cosa; no estoy muy de acuerdo con muchas de las cosas que escribe, sin embargo escribe bastante bien, cosa que no puedo decir de muchos otros.
Eliminar