Josep Pla es el mejor escritor español en
lengua catalana. Su prosa ágil y luminosa deja a todos los escritores
posteriores en esa lengua a la altura del betún. Con el genio de Palafrugell
aprendemos los secretos de un burgués metido a payés. Su espíritu cosmopolita.
Su amor por Italia. Su mediterraneidad. En verdad, el autor de Cuaderno Gris
tiene un lugar de honor en la literatura mundial y, pese a ello, sigue siendo
un gran desconocido para las nuevas generaciones. De él se ha dicho que tonteó
con el anarquismo y el fascismo e, incluso que fue catalanista de joven. Todo
es cierto, como también que era un señor que colaboró con Cambó para el
servicio secreto de Franco. Periodista y licenciado en derecho trató de ser un
cronista de nuestro tiempo pero dejó de escribir sobre acontecimientos
mundiales como el holocausto judío. En
cambio, su mirada certera retrata a una España republicana en la que no deja
títere con cabeza. Contradicciones que no le roban ningún mérito como escritor.
Pla es el buscador perpetuo del adjetivo. Su
Viatge a Catalunya, sus trabajos como corresponsal y sus viajes le pusieron en
el eje central de sus escritos. Es un viajero perpetuo que usa su pluma con majestuosidad.
Sus narraciones llenas de sabiduría nos acarician como la música de un violín.
Pla es el amante de las cosas tangibles y concretas, el hombre convertido en
personaje que se supera en cada página. El de Palafrugell es descreído, tacaño
y algo misógino. De hecho, parece alejarse de cualquier tipo de relación
romántica. Empero, tuvo muchas relaciones de amor. Esperanza Suquet fue su amor
de juventud, Mercedes su novia en sus años estudiantiles de Barcelona. Tampoco
podemos olvidar a su amor italiano, esa Rosetta Lagomarismo con quien
escandalizó a sus familiares. De Ally Hercovitz a la que amó en Berlín a Adi
Enberg, una escandinava nacida en Barcelona que hablaba varios idiomas, entre
ellos el catalán, con la que convivió en Paris. Fue la danesa agente de Franco
y, al parecer, tuvo una hija de Pla. De hecho, es reconocido que durante muchos
años, estuvo mandándole dinero a Suiza. La muchacha se llamaba Rose Enberg.
Curiosamente, Pla no menciona a su gran amor en toda su obra. Es más, en su
última entrevista a TVE, afirmaba que era incapaz de amar. Que se había
enamorado de un prado, de un paisaje pero nunca de otro ser humano. Que una vez
tuvo un amor pero que había terminado muy mal. Si Quevedo era incapaz de tener
relaciones normales con las mujeres pues sus pendencias tabernarias o
prostibularias ya que no concebía una relación en igualdad con ellas, Pla tenía
como modelo de mujer a su madre, una ama de casa que mandaba en el domicilio
familiar. Adi Enberg representaba todo lo contrario. A la nórdica le gustaba
escuchar a Pla, corregir su obra pero nunca aceptaba el papel de mujer que se
quedaba en casa al margen de los asuntos del marido. Por eso, fracasó su
relación. Muy emotivas fueron sus cartas de amor publicadas por su editor,
cartas que hablan de un romance entre el escritor y Liliam Hirsch; “Un amor de
Josep Pla al Canadell”. Para cerrar el círculo con las mujeres, Pla mantuvo dos
romances más con Consuelo Robles y con Aurora.
Sergio Calle Llorens
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