miércoles, 2 de enero de 2013

LA SACERDOTISA

A varias millas náuticas de las Costas de Málaga se encuentra la Isla de Los Naufragios. El lugar es visible, y no siempre, desde el comienzo de la otoñada hasta finales de enero. Un lugar mágico que tan sólo pueden visitar los elegidos tocados por la varita del conocimiento. Desvelar su presencia es harto difícil. Se necesita abrir las siete puertas del bosque y conocer los nombres de los siete ángeles. Aún así, el profano que llegue a tal grado de conocimiento, debe tener cierta dosis de fortuna. Yo la tuve aquella noche de luna turca con un travieso viento de levante. Mi barca besó la playa del único lugar donde se puede varar una embarcación. Quedaban, por entonces, algunos lectores del Zohar privilegiados. Leían y observaban mi caminar de camino al castillo donde ascendí por la escalera de los encuentros extraños. Las ventanas de la fortificación estaban enladrilladas, ajenas al antiguo esplendor de sus antiguos moradores. En el muro norte encontré con una rosa, una cruz y un medallón de oro.  Mi curiosidad me llevó a jugar con recuerdos adormecidos en el polvo del pasado, con ritos mágicos que se extendían por el albor de los tiempos. Desde lo alto del torreón advertí el viejo faro. Olía a árboles viejos y, aunque cueste creerlo, al rocío de la mañana.

Sarah, la sacerdotisa hebrea guió mi iniciación. De su mano, atravesé la habitación de los espejos en donde pude ver la parte de mi alma que debía  dejar atrás como pago a sus servicios. El velo de Isis, por fin, fue levantado para ver la verdadera esencia de las cosas. Busqué en esos cristales los lugares de mi infancia, de las sobras del pasado que dejé atrás. Una forma para seguir con la existencia mirando al futuro. Luego el pasillo giraba al norte para arremolinarse en otra escalera. Subimos hasta el torreón de los desamparados. El mediterráneo lucía en la fría noche pero era más bello contemplado por su mano. Ella, de vez en cuando, iba susurrando palabras mágicas hasta que arribamos al puente de los hebreos. De su  bolsillo sacó  una llave de Toledo que nos abrió paso a una sala llena de tapices. Seguramente, al profano no le dirían nada símbolos de rosas retorcidas alrededor de una cruz, pero para los Caballeros de Alborán, estos símbolos son sinónimos de revelaciones y de enigmas. Sólo un alma mediterránea puede comprender el alcance de tales cosas.

En la sala que Sarah llamaba de la baraja, ella se desnudó por completo, dejando que unos rayos de luna iluminaran su cuerpo en la madrugada. Completamente seducido por los arcanos; Viajes de Enoch, libros escondidos, formulas mágicas, poemas coptos, la esencia de los Elohim traspasaron la bruma para ir a mi encuentro. Súbitamente, supe que había llegado a casa, por fin. Ella siguió moviendo sus caderas a un ritmo frenético al acometerme. En el techo, un murciélago de mármol nos miraba en el acto de la comunión. Parecía sonreírnos, allá en lo alto de su atalaya. Ella lanza un gritó al cielo, luego un suspiro dejando en mi una huella sonora que vale más que cualquier imagen. Y la suya, sin duda, era de otro mundo. Abrazados quedamos para el resto de la noche. No hubo tregua hasta que Venus dio descanso a Noctiluca.

Cuando llegó el momento de marchar. Ella me susurró un poema en arameo que confirmaron mis sospechas; mi destino había quedado unido a aquella mujer para siempre. Antes de atravesar el bosque, la sacerdotisa me lanzó una nueva mirada. Tenía una sonrisa inquietante. No movió los labios que, minutos antes, no habían dejado ni un centímetro de mi cuerpo sin recorrer. Pero no había duda, ella era quien me hablaba. Me dijo que mi ser está hecho del mismo material del que se construyen los sueños. Y que, aunque todavía restaban muchas lunas para mi última visita a la Isla de Los Naufragios, mi barco ha de seguir en el frío y azaroso mar que es la vida.

Tomé mi barca con mi alma inundada de tristeza y melancolía. No había partido todavía y ya la echaba de menos. Arranqué el motor de mi embarcación pero no pude reprimir volverme para contemplar la isla. Allí  hay tres lugares mágicos: uno en la vieja escuela española al sur de la isla, otro cerca del molino de los abrazos, y el tercero es la morada de Sarah de la sacerdotisa. Un lugar que antaño se conocía en las tabernas malagueñas como el Castillo de los Caballeros de Alborán. Todos estos lugares componen un viejo y olvidado Ghetto. Cuando los caballeros custodios del lugar se cansan de las autoridades chabacanas del sur, van a esos lugares secretos y tras cruzar sus puertas llegan siempre a lugares maravillosos. Navegaba por el mediterráneo cuando comenzó a llover. Sobre el suelo de mi embarcación se reflejaba la luz gris del amanecer y, sobre ella, apareció su verdadero rostro.

Sergio Calle Llorens

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