jueves, 4 de octubre de 2012

EL IPOD DE MANUEL CHAVES


En Sevilla, pese a haber entrado el otoño, hace un calor de justicia a primera hora de la tarde. No hay brisa ni nada que se le parezca. Los negocios comienzan a desperezarse abriendo sus puertas cuando un coche de gran cilindrada cabalga por las arterias de la ciudad. De la máquina, se baja Manuel Chaves acompañado por uno de sus guardaespaldas. Tras unas dudas iniciales, la extraña pareja dirige sus pasos hacia una tienda de Apple. Una vez dentro se produce una escena de película que bien podría haber firmado el mismísimo Berlanga.

En el interior reina la calma. Tan sólo unas jovencitas que marean al personal con un trillón de preguntas sobre las prestaciones de los artículos. El marqués de la dislexia, que no se encuentra cómodo en aquel lugar, busca con la mirada a uno de los dependientes que, muy profesional, acude raudo a atenderle. El ex ministro de trabajo que nunca dio trabajo a nadie que no fuera un familiar, explica con gesto compungido el motivo de su visita; “quiero que me arreglen el iPod porque ha dejado de escucharse sin motivo aparente”. Añade “suelo hacer deporte y es posible que con el sudor se me haya estropeado” aclara. El dependiente toma el aparato en sus manos no sin antes imaginar al ex presidente de la Junta corriendo con esa cabeza a cuestas. Tras hacer las comprobaciones de rigor, el eficiente dependiente da con la causa de la avería del aparato. Visiblemente ruborizado, intenta buscar una formula que no deje en demasiado mal lugar al consumidor socialista. Y es que todavía hay gente buena por el mundo. Entonces, suspira hondo, traga saliva y con toda la delicadeza de la que es capaz, le dice; “tiene usted el limitador de volumen casi al mínimo”. Chaves, sorprenido, responde que “eso no podía ser”, pero claro, es. Finalmente, el hombre de cuya cabeza jamás salió idea buena alguna, acepta la realidad y, claramente contrariado, abandona el establecimiento no sin antes preguntar “si debía algo”. El dependiente, con un esbozo de sonrisa dibujada en los labios, le responde que no. Entonces, los ojos del trabajador fijan sus ojos en la figura de Chaves. En sus pupilas se reflejan la silueta del hombre que dirigió los destinos de Andalucía durante décadas. Hace un cálculo mental de todo el dinero que ha podido ganar en su carrera política. Y, por supuesto, en los millones que cobraron sus hijos haciendo negocios con la Junta de Andalucía. Por un momento está tentado de salir en su búsqueda para contestar a la última pregunta que le hizo en la tienda; “¿Le debo algo?”. Si no hubiera tenido querencia a los 1000 euros de mierda de su sueldo, le habría gritado al oído: Me lo debe usted todo: un salario mínimo, una jubilación de verdad para mi vieja, una casa de protección oficial para poder casarme, una educación digna de llevar ese nombre. Pero se queda allí, inmóvil, viendo como el señor Chaves se pierde, en compañía de su guardaespaldas, en la tarde sevillana.

Puede que usted crera que yo me acabo de inventar esta noticia, que más quisiera. De hecho, la publica hoy el diario El Mundo. Lejos de la hilaridad que puede provocar en un principio, viene a demostrar que una gran parte de nuestros políticos no supera en intelecto a la babosa aquella del pleistoceno. Incluso si creemos en la buena fe del personaje Chavesiano- se enteró de todo el tema de los ERE por la prensa- a nadie le debería extrañar el estado actual de Andalucía. La historia es que hemos tenido a un presidente andaluz que ni siquiera se percata cuando tiene el limitador de volumen casi al mínimo. Así que nadie, en su sano juicio, le podía pedir que supiese el destino de los miles de millones que nos han robado los socialistas en los últimos 32 años.

Sergio Calle Llorens  

1 comentario:

  1. ¡Por Diossss, es aún más imbécil de lo que podría imaginarse!

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