Los
irlandeses se levantaron en armas varias veces contra la dominación británica.
Los de Puigdemont declararon la independencia y, a los ocho segundos, la
suspendieron. Los de la isla verde luchaban y morían por una Irlanda libre.
El jefe de los independentistas catalanes salió huyendo en el maletero de un
coche. Sé que las comparaciones son odiosas, especialmente si uno de los
comparados sale tan mal parado, pero son necesarias.
Particularmente,
me da igual si el exalcalde de Gerona se queda a vivir en el Estado
fallido de Bélgica o vuelve a España para posar en el balcón de su casa
con una zanahoria por el culo. Sin embargo, el tipo va a conseguir que su
formación política termine desapareciendo y, por supuesto, es lo que muchos
deseamos. Por pesados. Por golpistas. Por trileros. Por palurdos.
Hay que ser
muy patán para confundir tu mundo con el mundo y luego, claro está, no te tome
en serio ni el tendero de la esquina. Convergència, y ahora Junts,
son ya parte del pasado y hemos de celebrarlo. El futuro se escribe en letras
doradas, y yo me pregunto qué habría escrito mi admirado Josep Pla al
respecto, de haber coincidido en espacio y tiempo con esta pandilla de garrulos
con barretina.
Desgraciadamente,
el genio de Palafrugell ya no está entre nosotros y su mundo ha
desaparecido por completo. Nada queda ya más que sus libros… que no son poco.
Especialmente para quienes consideramos su literatura un faro en la noche.
Dicen que el duelo empieza justo después del silencio. Pues callemos después
del entierro de Puigdemont, que, aunque no lo sabe, está más muerto que
el autor del Cuaderno gris. En treinta años nadie se acordará del tipo
de Waterloo, y los libros de Pla seguirán brillando en la noche
mediterránea.
Sergio Calle Llorens
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