Agosto me ha
curado el alma.
Esos paseos por la orilla de mis playas mediterráneas son la llave que
abre todas las puertas del conocimiento. Las noches de luna llena, cuyos rayos
de plata iluminan el mar, son el espectáculo más bello del planeta.
Esos
cuerpos femeninos, bañados por la sal del mar, merecen miles de poesías
enamoradas. Juegos
infantiles en la arena. Canciones que se convierten en la banda sonora de mi
vida. Amores de verano que cuajan al albor del silencio. Encuentros con viejos
amigos. Brindis por lo que fuimos y por lo que dejaremos atrás. Incluso a mi
atalaya llegan ecos de nuestra generación —la mía, la nuestra— que nunca pidió
permiso para entrar a un castillo. Simplemente lo asaltaba, sin mirar atrás.
Sin pensar en las consecuencias.
Presente y
pasado se dan la mano en unas vacaciones en las que he recuperado la salud y,
hasta, la ilusión. Antes escribía todo lo que pensaba. Ahora pienso antes de
escribir nada, porque ya no vivimos en democracia. El progresismo asesinó la
crítica, y la justicia es un coche negro que lleva a Solón y a Pericles al
camposanto para su eterno descanso. Mi pluma no lo escribe con tristeza,
sino con la esperanza de que, al fin, el mensaje sea entendido. Pero no hay
peor ciego que quien no quiere ver. Y, hablando de ciegos, hay personas cuya
vista no alcanza a disfrutar de la hermosura de esta mágica estación.
Me gustan
sus silencios. Me encanta el arrullo del mar en los atardeceres cárdenos de mi
patria salada. Me eleva el aroma del jazmín mezclado con la brisa nocturna,
pero me entristece pensar en el tiempo en que no podré disfrutar de estas
acuarelas marinas. Y, sin embargo, mi alma se llena de gratitud por haber
gozado de un mes alejado de la rutina.
Agosto me ha
hablado directamente al corazón para decirme: el verano vivirá en mí hasta mi
último invierno. Yo no puedo, ni me atrevo, a pedir más.
Sergio Calle Llorens
No hay comentarios:
Publicar un comentario