jueves, 8 de mayo de 2025

¡LA UEFA ES CULPABLE!

 



Es el espectáculo de élite, dicen. La máxima competición de clubes del planeta, afirman. La Champions League: ese teatro de luces y cámaras donde supuestamente el mérito deportivo debería gobernar. Pero debajo del barniz de marketing, himnos gloriosos y gestos de fair play, la UEFA mantiene en pie una maquinaria podrida que no solo tuerce partidos: destruye ilusiones con precisión quirúrgica. Y lo hace con árbitros que parecen más marionetas de despacho que jueces imparciales.

Lo ocurrido en el partido de vuelta entre el FC Barcelona y el Inter de Milán en 2025 ha sido el último insulto a la inteligencia colectiva de millones de espectadores. El árbitro polaco, Szymon Marciniak, ofreció una clase magistral de cómo aniquilar la justicia deportiva en 120 minutos. Penaltis no pitados, manos invisibles, tarjetas que no llegan, faltas que se inventan... Todo en favor del equipo italiano, todo en contra de un Barcelona que, guste o no, estaba ganando con fútbol lo que se le negó desde el silbato.

Pero esto no es nuevo. No es un error aislado. Esto es doctrina UEFA. ¿Alguien recuerda al Málaga CF en 2013? Aquella noche infame en Dortmund cuando el equipo de Pellegrini, con la humildad de quien sabe que juega contra gigantes, se defendió con el alma y ganó con merecimiento... hasta que el árbitro decidió lo contrario. Dos goles del Borussia Dortmund en el descuento, uno de ellos en flagrante fuera de juego, otro precedido de una falta. Ni VAR, ni justicia, ni vergüenza. La UEFA, por supuesto, jamás pidió disculpas. Ni una revisión. Ni una sanción al árbitro. Porque el escándalo ya había cumplido su función: sacar al modesto y mantener viva la narrativa del poderoso.

La lista sigue ¿El Real Madrid – Bayern de Múnich en 2017? Expulsiones ridículas, goles en fuera de juego y una prórroga que parecía escrita en la sala de reuniones de Nyon. Y en todos estos casos, una constante: los errores no son aleatorios. Favorecen siempre al club con más peso político, con más ingresos potenciales, con más audiencia detrás.

La UEFA, en lugar de ser el garante de la limpieza competitiva, actúa como empresa de entretenimiento donde los resultados se escoran según la conveniencia del espectáculo. El VAR, en teoría nacido para corregir injusticias, se ha convertido en un instrumento selectivo, que aparece y desaparece como por arte de magia, dependiendo de la camiseta.

Y cuando los clubes modestos sueñan, cuando un Málaga, un Atalanta o un Shakhtar se acercan demasiado al trono reservado a los de siempre, alguien sopla un silbato y los devuelve a su sitio. No se trata solo de errores humanos: se trata de un sistema que premia a los poderosos y castiga al que se atreve a desafiar el orden establecido. La Champions no es una competición deportiva. Es una coreografía de poder donde los árbitros juegan el papel de verdugos disfrazados de imparciales.

Hoy le ha tocado al Barcelona, y antes al Málaga, pero mañana puede ser cualquier otro que no sea el Real Madrid, se entiende. Porque el problema no son los clubes, ni siquiera los árbitros concretos: es la UEFA misma, su opacidad, su falta de rendición de cuentas, su red de intereses disfrazada de fútbol europeo.

Hasta que no se exija una limpieza real, hasta que no haya jueces independientes, hasta que el VAR no sea gestionado por un ente ajeno a la UEFA, lo que veremos cada temporada no será fútbol. Será una parodia. Una tragedia. Un crimen con público.

Y lo peor es que nos lo siguen vendiendo como un sueño.

Sergio Calle Llorens


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