Recibo una
llamada en la fría noche de enero. Justo cuando apuro un vino junto al fuego. Al otro
lado del aparato surge una voz cavernosa de otro tiempo que yo pensaba tener
olvidada. De la sorpresa inicial paso al desasosiego. Me pregunto quién le
habrá pasado mi número a esta criatura. Es
tarde, pero recuerdo que esta mujer tenía una tendencia lapidaria a acabar con
el diferente. Han pasado muchas lunas y yo no soy aquel muchacho que vestía
con una camisa de piel de picha de mosquito—así llamaba uno de mis mejores amigos
a mi prenda- unos pantalones negros y una cazadora vaquera llena de chapas que
miraban a mi flequillo en erección, negro como el azabache. Era el tiempo en el que
buscábamos chicas malas, que siempre son las más buenas, en crepúsculos de
colores líquidos junto al rompeolas. El
caso es que el motivo de la llamada es para invitarme a una cena con aquella pandilla
de entonces. Suspiro en la oscuridad que se desparrama por las callecitas de
mi pueblo mediterráneo. Son muchos recuerdos y no todos buenos. Me pregunta
por mi vida y le hago un resumen y ríe al conocer mi faceta de escritor.
-
No
te imagino de escritor. Simplemente no te veo.
-
Tampoco
me has visto follando y se me da de vicio. Y hablando de follar; ¿Cómo está tu
prima?
-
¿Cuál
de ellas?
-
La
que pillaron follando en el coche con el director de la sucursal del banco
donde trabajaba.
Mi torpedo informativo
impacta de lleno en la línea de flotación de su orgullo familiar. Aunque más me
valdría contemporizar, echo más sal en la herida recordándole a uno de sus
amigos, hoy preso por abuso de menores.
-
No
te veo con muchas ganas de venir a la cena.
-
Ninguna.
Y ahí termina
la conversación, pero en el algún lugar del ático de mi memoria acuden imágenes
pretéritas: luces inciertas al amanecer, visiones del faro a flor de agua,
brisas desmayadas de calma de mar, cielos anaranjados, la sensualidad de los
jazmines en verano, los efluvios de la dama de noche del jardín. Así, en la borrosidad de la memoria, doy vida con la imaginación a esas figuras perfilándose sobre la calma blanquecina del Mediterráneo.
La paz
frente a la guerra. La positividad frente a la negatividad que esas personas
representaban, y que no tienen nada que contarme. Ahora con la anochecida vital
en la espalda, la costa se adivina incierta. Y en el lugar exacto donde
habita aquella mujer de la que me enamoré bajo un cielo de litografía en cuyo
interior las estrellas flotaban con timidez. La escena hoy me parece irreal,
pero entonces todo tenía sentido con el mar con su luminosidad de plata.
El tiempo me ha hecho entender que lo único que ella tenía de especial era mi forma
de mirarla. Esta noche la dulzura de las horas pérdidas a su lado adquiere un
nuevo significado; el pasado murió y con él todas las personas que allí
habitaron. La llamada, al fin y al cabo,
ha sido un toque de atención. El recordatorio definitivo.
Sergio Calle
Llorens
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