Entrar en la
web más triste del mundo me produce una gran desazón, pero al mismo tiempo me fascina
que lo que tendría que basarse en el amor por una tierra, logre ser tan
deprimente. No es sólo la cara de oriundo panoli de su creador, sino la paupérrima
forma de expresarse. En realidad, no he podido pasar ni dos segundos leyendo
los infumables reportajes escritos por el espeluznante personaje. Artículos
sin alma de un ánima corrompida. No hace falta ser licenciado en óptica
para detectar al cretino petulante cuyas composiciones debería meter en la
cuenta del banco para que con los años me dejen algún interés. Pero su sitio es
el contenedor donde tiramos las infumables películas de Eduardo Casanova.
Porque no hay nada peor que un tonto motivado, especialmente por dinero.
Entrar en la
web más triste del mundo provoca insomnio y hasta vómitos. Pero es salir de
ella y el mundo se convierte en un lugar repleto de muchachas alegres con miradas
arrebatadoras. Alejarme del cabeza de chorlito es abandonar el infierno.
Cambiar el tórrido verano del Guadalquivir por la dulzura exquisita del Mediterráneo.
En síntesis,
basta que este pánfilo recomiende un producto para que un servidor acuda a la
competencia o reserve noche en el hotel D´Anglaterre de Copenhague. Cualquier
excusa es buena para celebrar la vida y huir del enterrador cuyas hazañas se
contarán en las memorias de un pavitonto sin corazón. El que no conozca a este majadero,
que lo compre, pero luego no quiero reclamaciones.
¡Quedan
advertidos!
Sergio Calle
Llorens
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