Silencio sobrevenido. Silencio rotundo
que parece haber roto las costuras de los más alegres. Los miles de aplausos que
apagaban los lloros en los balcones pasaron a mejor vida. Ya no se ven a policías danzarines haciendo
el chorra, pero se huele el miedo uniformado del color de la noche que cabalga
a lomos de un carruaje siniestro. Vamos por la tercera ola y ningún surfista sabe cómo dominarla a pesar de las vacunas, De momento nadie parece haber sacado la de la estupidez. Me temo lo peor.
Silencio se rueda y siguen sin rodar
cabezas por la incompetencia gubernamental. La noche, de cualquier manera,
huele a tomillo y la mar sigue susurrando secretos. Miro a levante para
imaginar las playas de Benajarafe cuyas arenas guardan mi corazón
doliente. Jean de Bruyer tenía razón: el necio es un autómata. Una
máquina movida por un resorte. Fuerzas naturales le hacen moverse y dar
vueltas, siempre al mismo paso y sin detenerse. Jamás entra en contradicción
consigo mismo. Quien le ha visto una vez le ha visto siempre. En verdad siempre
hay una mayoría de necios incapaces de distinguir que la existencia sin
libertad no vale la pena vivirse porque, sencillamente, no es vida. Es
contrario a las buenas costumbres hacer callar a un necio, pero es una crueldad
dejarle seguir hablando. Por eso se me hace encantador el silencio con la luna
bañando el mediterráneo con sus rayos de plata.
La madrugada como refugio. La oscuridad
como aliada contra ese ejército de pánfilos que sigue sin conocer que este mar
ofrece todas las respuestas en un mundo en el que, tal vez, lo ideal es hacerse
las preguntas pertinentes. Una nueva ola llega a la orilla para contarnos que
vivir de espaldas al mar siempre trae consecuencias nefastas. Y es que el que
no reconoce las sabidurías de estas aguas es un necio también.
Sergio Calle Llorens
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