Mi objetivo es convertir lo que escribo en oro antes de
trocarme en polvo. Ser un alquimista literario cuyo significado etimológico viene a
ser mezcla de líquidos. Combinar la estructura gramatical para evocar lo que siento al contemplar tierra
desde una barca, en esos momentos en los que solo me distrae el
chiar de unas gaviotas. Hacer entender
mi amor por el mediterráneo, las aguas donde todo nació, incluido el monoteísmo.
Unas autopistas marinas cuyas olas susurran que el odio te gana amigos, los que
odian como tú. Una triste compañía en definitiva. Cosa de ríos porque la mar
une y de una forma magistral.
Creo que mis libros son tan buenos que, a veces,
sería capaz de convocar al espíritu inmortal de Francisco de Quevedo para convencerles. Hacer lo que la ley natural
prohíbe a los seres humanos con tal de poder huir de aquellos que han escalado
en la lúgubre arquitectura del régimen.
Mi propósito también es escapar de aquellos para los que
escribía que esconden mi nombre por
miedo a verse empequeñecidos. Pido, por
tanto, que me dejen con mi pluma y mi ceguera para que nunca me alcance la
leche de rencor que salía, y sale, de los senos de esta madre tierra que
siempre ha estado en guerra. Cuenten ustedes los osarios que les plazca que yo,
si me dejan, pienso sumar los granos de arena de mi playa porque son mi oro
alquímico.
¿Es pedir demasiado?
Sergio Calle Llorens
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